Ya no importan los nombres. Floyd ya no es él. Su nombre solapa los miles de nombres de las víctimas de la violencia institucional en los EEUU.
Hay que destacar: víctimas diarias. Las muertes se ven sobrepasadas por los violentados de cada día. Un botón de muestra: en Minneapolis, la ciudad de Floyd, las víctimas negras superan en siete veces a las blancas.
Ya no importa que condenen a los asesinos institucionales. Quieren que desaparezca la posibilidad de asesinar.
Pero no sólo eso: en la calle comienzan a despuntar las críticas al sistema.
Lo más importante para destacar: el saqueo y los destrozos no sólo menguaron sino que desaparecieron. Las multitudes se organizaron para evitarlo.
Lo nuevo en este fenómeno social: ya llevan casi dos semanas en la calle y no sólo no ha menguado la concurrencia sino que aumentó. Y no sólo aumentó sino que han comenzado a considerar cómo sostenerla en el tiempo. Parece que no piensan aflojar.
Es cierto que hay por lo menos dos organizaciones de larga data vertebrando las protestas. La más visible, que nació al calor de la calle (Black Lives Matter) y la NAACP (National Asociation for the Advancement of the Colored People), más institucional y articulada con el sistema político.
Lo destacable: no son sólo negros los que salen a la calle sino que los blancos matizan la marea de color y no pocos. Jóvenes, jóvenes, muchos jóvenes se ven en los videos.
La condición de este proceso arranca, claro, con la erradicación constante de la población africana que fue el esclavismo. El Acta de Emancipación de 1863 fue más un gesto político que una realidad: proclamó el final jurídico de la esclavitud y su lenta mutación en servidumbre industrial. Un siglo de discriminación concreta de la gente de color provocó en 1964 una nueva acta, la de Derechos Civiles, montada en el movimiento que tuvo a Martin Luther King como enorme figura propulsora de la no-violencia… y a los Panteras Negras como brazo armado.
En 1967 la revuelta de los negros tomó algunas ciudades dejando un desastre del que todavía quedan huellas.
Asesinado King en 1968 y con el reconocimiento oficial de la necesidad de no discriminar, las cosas se aquietaron hasta que en 1992 Los Angeles ardió literalmente (7.000 incendios) frente a la absolución de los policías que mataron a Rodney King a patadas.
Y siguió.
Los negros que en los sesenta peleaban por un lugar en el Sueño Americano y los que lo habían conseguido, fueron paulatinamente desplazados por el neoliberalismo que se adueñó de los EEUU a partir de los ochenta. Los trabajos estables y relativamente bien pagos se convirtieron en transitorios y los sueldos se atrasaron con relación a la economía general. Un trabajo no alcanza y a veces se necesitan dos o tres para cubrir las necesidades.
No sólo fueron negros los explotados sino que el constante goteo por la frontera sur fue llenando el país de latinos. A lo largo de décadas, este cambio demográfico fue dejando a los blancos como la primera minoría.
Los aumentos de puestos laborales que mes a mes informaban los diarios como signo de recuperación de la crisis financiera del 2008 no significaba creación de puestos estables. Los grandes diarios, con mayor frecuencia reportaban los signos de inequidad en el sistema. El reclamo por salarios mayores se multiplicó.
Y llegó la pandemia que desnudó el sistema. Entre los negros, las víctimas de la Covid-19 sobrepasaron en 2.4 veces a las blancas. En términos generales, mucho más de la mitad de los muertos y contagiados fueron gente de distintos colores, los desamparados del sistema
La tasa de desempleo llegó a casi el 20 % en un par de meses y su reciente mínima recuperación no es más que el efecto del levantamiento de las medidas de restricción impuestas por los estados.
Las muertes absurdas de negros fueron constantes: sean por violencia institucional, racismo puro y duro de civiles como en el caso de Trayvon Martin, o “errores” de procedimiento policial.
Una vez más, como en Chile, los teléfonos celulares pusieron la violencia en vivo y en directo en las primeras planas y el sistema sólo desafectó a los policías pese a las pruebas manifiestas del crimen.
La opresión cotidiana encontró su válvula de escape en la prueba incontestable de su existencia y Minneapolis estalló, y siguieron otras ciudades. Y se sumaron otras y otras a lo largo de la semana. Los cronistas apuntaron un detalle: la violencia no cayó indiscriminadamente si bien hubo negocios menores saqueados o incendiados. Fueron zonas comerciales de lujo las que se convirtieron en blanco preferido. A diferencia de la revuelta del 67, cuando violentaron los negocios de barrio. Claro, es que hoy hay que reconocer que han desaparecido con aquella bonanza del medio siglo.
Ante la multiplicación de la protesta, Trump hizo su “demostración de fuerza” despejando la calle lateral de la Casa Blanca a palos y gases para poder cruzar a la iglesia y sacarse fotos. Al día siguiente la gente se triplicó y el sistema entero se le volvió en contra.
Generales que ejercieron la jefatura de la junta de comandantes en jefe, que habitualmente guardan silencio ante los actos políticos, criticaron duramente al jefe actual por prestarse a la parodia en uniforme de combate y al secretario de Defensa por apoyarla. Los cuadros inferiores –cosa inusitada- se inquietaron. La alcaldesa de Washington manifestó activamente su oposición y le pintó a Trump esa calle con enormes “BLACK LIVES MATTER” en amarillo.
Lo más importante: las protestas se pacificaron, se organizaron con el apoyo espontáneo de personas que daban agua y facilitaban baños. Y se multiplicaron tomando en los hechos hasta pueblos que nunca se habían movilizado. Hace más de diez días que parecería que los EEUU se han levantado, ya no contra la violencia policial que es lo manifiesto, sino contra el sistema mismo. Dejan sus trabajos por algunas horas, se la pasan en la calle los que están desocupados, es como si la protesta se hubiera convertido para muchos en el eje de sus vidas.
Se multiplicaron las voces de apoyo, por supuesto, de los políticos.
Hubo un primer resultado: en Minneapolis, el domingo el concejo municipal decidió desmantelar el departamento de policía. No saben qué lo reemplazará pero en eso están. En otras ciudades se ha comenzado a desmilitarizar las policías y regular los procedimientos. El grito de “desfinanciar la policía” truena en las calles y hasta lo pintaron en Washington junto al BLM que comenté arriba. El alcalde de Nueva York encontró la oportunidad para algo que se buscaba hacia un tiempo, desfinanciar la policía y derivar esos fondos a la ayuda social.
Todos estos reclamos están siendo recogidos por los demócratas que piden a gritos (literalmente) de megáfono que tengan en cuenta que en noviembre hay elecciones y sacar a Trump es una necesidad de la hora. Frente a la inconcebible torpeza de éste, Biden se ha movido como un político clásico pero le puso la cara a los reclamos que le hicieron en sus visitas a alguna iglesia con líderes negros que lo reciben pero brindan un apoyo crítico. Al fin y al cabo, es un político de carrera que sale de la misma entraña del sistema.
Si bien apoyan desembozadamente a Biden incitando al voto anti-Trump en los editoriales se lee la sorpresa frente a la duración de la protesta y comentan que ésta no se parece a ninguna de las históricas. Y que no parece que vaya a terminar pronto.
Si bien hay hechos de violencia aislados, la abrumadora mayoría marcha pacíficamente. Para protesta, parece ya demasiado larga y despunta una organización superior ¿se podrá hablar de revolución?
La idea es bonita pero el sistema es un chicle, lo sabemos. No obstante, más allá de los resultados institucionales, la continuidad y la organización indican que se ha producido un cambio notable en la conciencia popular