Polarización de opiniones: Por qué las manifestaciones pueden llevarnos a la fractura de la cooperación social
- La cuerda se tensa porque estamos dispuestos a cooperar y sacrificarnos durante un tiempo y por algunas razones, pero esta capacidad no es eterna
- Se avecina una nueva crisis, en esta ocasión de convivencia: Cinco habilidades interpersonales para que la convivencia no se convierta en un caos.
El debate entre cooperación e individualismo, entre la primacía del interés del grupo sobre el interés del individuo a la hora de gestionar la vida en sociedad cobra especial relevancia por las manifestaciones que se están sucediendo estos días en las principales ciudades españolas. En situaciones de normalidad, la tensión entre lo colectivo y lo particular suele solucionarse de manera más o menos civilizada. Sin embargo, en situaciones de emergencias puntuales o crisis prolongadas, como la causada por la COVID19, la cuerda vuelve a tensarse. En el peor escenario puede desarrollarse una grave crisis de convivencia que se sumaría a la sanitaria y económica.
Esta tensión entre respetar las libertades e intereses individuales y conseguir que estos no generen un daño al gran grupo ha estado muy presente durante el confinamiento y también durante la desescalada. Cualquier ciudadano de manera individual puede llevar a cabo determinadas actividades de cualquier manera y a cualquier hora sin que eso suponga un riesgo para sí mismo. Sin embargo, resulta que se tienen que llevar a cabo de manera compartida con cientos o miles de personas y eso, en situaciones de emergencia sanitaria, es un foco de tensión.
Entre las situaciones más tensas, ahora cobra especial relevancia las continuas manifestaciones que reclaman el fin del confinamiento y acusan al gobierno de recortar sus libertades de manera innecesaria. Se trata de un fenómeno polémico a nivel de convivencia porque moviliza la discrepancia de opiniones, abriendo una puerta a la agresividad, lo cual siempre es peligroso. Es sano para una sociedad democrática que existan opiniones diferentes respecto al gobierno y su gestión, y también es saludable que esas críticas se expresen. Sin embargo, el modo en el que se llevan a cabo – sin respetar la distancia interpersonal recomendada- no se ajusta a las normas sanitarias actualmente implantadas y de ahí puede surgir una gran crisis de convivencia.
¿Por qué nos manifestamos?
Tan espontáneamente puede surgirnos el deseo de cooperar, esperar o sacrificarnos, porque no podemos negar que cooperar es tremendamente útil y adaptativo, como el impulso de ser egoístas y perseguir nuestra propia satisfacción sin medir bien las consecuencias que eso puede tener para otros o para nosotros mismos.
La cuerda se tensa porque estamos dispuestos a cooperar y sacrificarnos durante un tiempo y por algunas razones, pero esta capacidad no es eterna: bien porque nos cansamos, bien porque no obtenemos un refuerzo positivo lo suficientemente potente y rápido (no siempre es fácil ver la utilidad concreta de nuestros sacrificios) o bien porque decidimos deliberadamente poner nuestros intereses individuales por encima del beneficio común. En lugar de la cooperación, prima entonces el egoísmo. En lugar de contención, reparto y espera, domina la voracidad.
Nos gustaría pensar que los seres humanos somos espontáneamente cooperativos y prosociales, que este tipo de actitudes nos surgen por naturaleza. El problema es que no está tan claro que seamos así. Más a menudo de lo que nos gusta reconocer, colaboramos con los demás si encontramos un beneficio suficiente (o si se nos obliga a ello con la suficiente fuerza), de modo que si esto no ocurre, volvemos la mirada a nuestro ombligo, con el objetivo de sobrevivir nosotros. Es el famoso “sálvese quien pueda” de los momentos de crisis.
¿Por qué criticamos a quien se manifiesta?
Siendo las manifestaciones agresivas transgresiones de las recomendaciones sanitarias, aparecen en nuestra mente como un ataque que despierta la hostilidad de sus espectadores.
Quienes sacrifican sus necesidades individuales de manera provisional por el bien del grupo ven con estupor, enfado e intranquilidad el comportamiento de sus vecinos. Principalmente porque a nadie le gusta sacrificarse el doble para que el de al lado no se sacrifique nada, y porque observar estas manifestaciones genera una gran sensación de indignación que, si no se controla adecuadamente, puede multiplicar la agresividad social y la decisión final de que todos nos entreguemos al caos, es decir, al individualismo.
Las consecuencias de las manifestaciones: la fractura de la cooperación social
Al ser las manifestaciones conductas de riesgo evidente para la salud colectiva, fracturan enormemente los principios de cooperación social, que son siempre imprescindibles en una crisis como la que vivimos.
Este desencuentro social es, por tanto, una consecuencia de tener opiniones muy polarizadas sobre un mismo tema, es decir, muy diferentes entre sí. También de la manera de expresarlas. Tal y como se está produciendo en España, es muy arriesgado que una gran parte de la población perciba como injustas y reprochables las conductas de otra parte de la población y que, además, perciba que esa manera de actuar perjudica a todos, también a quienes no participan de ello. Es decir, que se perciba la protesta ajena como algo que se impone a otro.
El desencuentro tiene que ver con la falta de empatía de un sector de la población, es decir, con su incapacidad o su negativa a percibir las necesidades y opiniones del otro, sino solo las propias, y por tanto, no darles importancia. De ahí las actitudes autoritarias e impositivas, tan estudiadas en psicología social, que son lo contrario de la asertividad. También de ahí las conductas antisociales e, incluso, sociopáticas: aquellas que son explícitamente agresivas y perjudiciales para propios y ajenos y además se llevan a cabo de manera deliberada porque lo que prima es el interés individual sin importar las consecuencias para otros.
Crisis de convivencia
Según avancemos en las fases de la desescalada es posible que aumenten ciertos conflictos que llamaríamos “de convivencia” y que son fruto del egoísmo personal, de la falta de contención a la hora de reincorporarnos a la normalidad y disfrutar de ella. También de lo difícil que es, en general, vivir una normalidad que no es normal sino que está llena de precauciones, prevenciones, normas cuya eficacia solo podemos comprobar a largo plazo y en las que demasiada gente confía demasiado poco, etc.
Toda esta incomodidad requiere ser contrarrestada con ciertas cualidades personales y también habilidades interpersonales para que la convivencia no se convierta en un caos. Se trata del civismo, más necesario que nunca en la situación actual, para a la crisis sanitaria y económica no se sume la de la convivencia.
Para contribuir a frenar a esa crisis de convivencia, los psicólogos de ifeel recomiendan:
Paciencia. Entendida como la capacidad para entender que mis ritmos no tienen por qué ser los ritmos de la persona de enfrente, o de mi país. Es decir, la capacidad para esperar sin desgastarme excesivamente.
Actitud prosocial. Simpatía, amabilidad, cortesía, indulgencia, generosidad, organización… Son cualidades personales que actúan como pegamento social, contribuyen a que los afectos no se fragmenten e incluso a generar vínculos y alianzas donde no los hay.
Sentido crítico y analítico. Diferenciar las emociones de sus expresiones: por ejemplo, no es lo mismo estar indignado con la actuación de alguien (emoción) que insultarle (expresar la emoción). Diferenciar lo legítimo de lo legal: por ejemplo, es legítimo querer protestar contra un gobierno pero no es legal organizar cualquier tipo de manifestación. Diferenciar el todo de sus partes: estar de acuerdo con ciertas medidas no implica aprobarlas todas, igual que aprobar una no implica criticarlas todas.
Escucha activa: vociferar, protestar, despotricar es muy fácil y además resulta agradable porque nos activa y nos carga de razones. También nos da un objetivo en tiempos de desorientación: encuentro una causa, en este caso combatir aquello contra lo que discrepo, y dirigirme a ella me aporta un propósito. Sin embargo, convivir también es ceder, compartir y escuchar analíticamente al otro, haciendo un esfuerzo por entender el porqué de su descontento -aunque yo crea que no tiene razones reales para ello- y diferenciando las diferentes partes de lo que expresa. Para escuchar activamente hay que poner atención y guardar silencio. Mientras hablo -o grito- no escucho.
Reforzar las causas comunes, no las causas opuestas. La causa común número es retomar cuanto antes el mayor grado de “antigua normalidad” posible. Discrepamos en los métodos que nos llevarán a ello, pero mientras recordemos que la meta es compartida habrá una posibilidad para la cooperación. Y para cooperar es necesario entenderse, del mismo modo que para entenderse es necesario escucharse. Retomar la normalidad a base de competición y enfrentamiento puede llegar a ser un medio eficaz, pero no eficiente porque por el camino puede haberse llevado demasiadas cosas por delante. Esto vale para decidir si protesto o no porque no puedo pasar de fase que para decidir si tengo que llegar a las manos porque me quitan el sitio en la terraza.