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lunes, diciembre 30, 2024

La crisis que nos viene no está fuera de nosotros

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Así de concisa y escueta resumió mi cabezota treinta minutos de terrorífico telediario mientras me desinfectaba las manos, preparaba una tortilla, atendía el teléfono, me regañaba a mí mismo por fumar y discutía con mi abuelo materno, fallecido hace muchos años y que tengo colgado en el pasillo. No os asustéis: es el retrato decimonónico, de un señor adusto y joven, de bigote impecable y que sigue siendo un cachondo desde el más allá. Por eso lo tengo al lado de mi padre, que era de su «cuerda» y con el que hizo muy buenas migas.

Le consultaba sobre que pensaba de los momentos que estábamos viviendo. Algo debería saber él -pensaba yo- al fin y al cabo estuvo en la guerra de Cuba, en la guerra civil y en la guerra de alimentar a sus ocho hijos en un ambiente francamente hostil. Mi papá le replicaba que «lo mío si que…» Algo sabía mi papá también que fue refugiado, huido y, finalmente, héroe condecorado de una guerra que, según la historia académica, «casi» no existió… Pero los dos estaban de acuerdo en un consejo: no te fíes ni del suelo que pisas. Parece sólido. Pero solo lo parece hasta que te das cuenta que estás en la última planta de un edificio mal construido: los arquitectos diseñaron a prisa y con prejuicios, los constructores rapiñaban materiales y los albañiles se despreocupaban de un trabajo bien hecho.

¡Esto se mueve!

Dudé un momento…¡Tienen razón! Al fin y al cabo, esas estructuras tan seguras, esas que fallan estrepitosamente, son creaciones del ser humano. Creaciones puramente mentales. Pensadas por simples y falibles -cuando no malignos- mortales. Eso si: tan interiorizadas por hombres y mujeres del mundo que se expresaron en la multiplicidad de creencias, filosofías, disciplinas científicas y paracientíficas, pensamiento político o escuelas culinarias. Y económicas.

Economía para todos.

¡Ay la economía! La economía pretende ser la teología de la nueva religión de y del Estado, del culto a un nuevo dios. Este falso dios es, como no, trinitario: Seguridad, Bienestar, Derechos. Este dios – este edificio intelectual- se derrumba estrepitosamente y nos damos tortazos por agarrarnos a la única columna que queda en pié… En ese momento todas nuestras seguridades, todo nuestro bienestar y todos nuestros derechos se van al carajo en un plis-plas. Pero los sacerdotes de esta religión insisten en un culto vacío, alienante y desolador, ahora expresado en la «misa de 8 desde la ventana» con su liturgia hueca de aplausos y vítores. Como la orquesta del titanic: un heroísmo fútil.

Ora pro novis.

No. Esta «religión» no puede explicar el mayor misterio del ser humano: su consciencia y su libertad. Ni su vacío interior, ni su ansia de infinito. En esto los pobres lo tienen más sencillo. Los pobres, los que siempre han vivido en la «planta de abajo», que es la que soporta todas las de arriba, solo tienen que apartarse un poco para que los de arriba, cargados con sus miserias, no les caigan encima.

Ahora, ese supuesto dios, ese ídolo, está cayendo. Y así, cada vez hay más personas que se dan cuenta de lo que es realmente su dinero, su seguridad, sus «derechos»: un acto de fe ciega. Fe en el BCE, en en la U.E. en los políticos de turno, en los «guardianes del conocimiento»…porque todos sus ahorros, no importa cuántos, su trabajo de una vida, todas sus esperanzas, valen …¡lo que ellos decidan! Porque detrás de su dinero, incluso de sus billetes en el bolsillo, de sus derechos, ¡No hay nada más que fe! Fe en que mañana, mi panadero, mi médico o el maestro de mis hijos, le dará a mis billetes el mismo valor que yo: valor convenido y pactado; en que mi vida, mi libertad y mi trabajo, mañana, tenga algún valor para alguien; en que yo respetaré por siempre lo que dice un papel…

¡Ponga otra, camarero!

En España parece ser que el problema es otro. El problema aquí es que somos unos borrachos, unos solitarios, unos botarates y unos corruptos. No lo digo yo. Lo dice el ministerio de igualdad, el Informe Pisa, el FMI. y algunos jueces valientes. Yo me lo creo.

Al FMI me lo creo porque de corrupción saben lo suyo; al informe Pisa, porque de lo suyo ¡Si que saben! aunque los políticos lo usen para sus intereses. De los jueces no digo nada: hay que dejarlos trabajar en paz. Y del Ministerio de Igualdad no me creo nada pero, a veces, en su apacible y bucólico vivir en los pastos estatales, sin querer, paciendo descuidada, resopla entre las hierbecillas y le suena por casualidad la flauta olvidada por el pastor… Sólo erró, una vez más, en el género: cada vez más españoles llegan a casa solos y borrachos independientemente de su sexo.

Es lo normal cuando por pensamiento, palabra, obra u omisión, sin reconocer ninguna culpa, malcriamos a nuestros hijos, abandonamos a nuestros padres y traicionamos a nuestros semejantes por un plato de lentejas. Así es lógico que lleguemos a casa solos y, con un poco de suerte, lo bastante borrachos como para anestesiar nuestra conciencia y olvidar nuestro vacío y nuestra nada. Yo, que he llegado solo y borracho a casa alguna vez, sé de lo que hablo.

¡Creo!

Pero, a pesar de todo esto, ¡yo creo! Y no por fe, que también, sino porque soy testigo. Soy testigo de desvelos, trabajos y sufrimientos indecibles de gente anónima que no da la mas mínima publicidad de sus logros. Creo, con las debidas precauciones, en vosotros. Sin precauciones, solo en Dios. Creo también en personas misteriosas que aparecieron en mi vida, me ayudaron y desaparecieron tan misteriosamente como aparecieron. No me dio tiempo a decir ni «gracias»…

Con todo esto aprendí que mi felicidad no es un objetivo alcanzable, por mucho que insistían mis amigos mas «progresistas». No. Mi felicidad no es un objetivo al que llegar, sino una consecuencia. Es consecuencia de la vida que elijo vivir cada día. Es consecuencia de mis pensamientos, palabras, actos y omisiones…. Por eso es conveniente también situarse temporalmente y comprender que nuestra experiencia tiene fecha de caducidad. Que la vida es un único examen. Que no me da tiempo a todo. Vamos que… ¡la voy a palmar! Que sea por un virus, una cirrosis, una pelea o una depresión si es, en parte, nuestra elección. Incluso el no elegir, ya es una elección  que pesará sobre nuestra seguridad, bienestar, solidaridad y buenos deseos. Estos son mutables y finitos. Pero también podemos elegir morir en Amor, que excluye todo lo anterior y es además, eterno.

¡Vamos pa´lante…!

Estaba a punto de ceder a la melancolía -estoy confinado y me lo puedo permitir- pero, cómo una tenue luz, luz de una cerilla casi consumida en la punta de los dedos, pero luz al fin y al cabo, apareció en mi ánimo: el Doctor puede agarrarse al sillón hasta el último día aunque reventemos todos. El FMI nos puede declarar «personas non gratas» o el Ministerio de Igualdad puede empezar a abrir tabernas pero ¡hoy queda un día menos para llegar a una nueva realidad! No se cual es. Pero sé que estará fuera de este edificio tambaleante que solo cobija a unos pocos.

Cómo veis lo que nos espera no es tan malo. Podemos elegir. Así que tengan un feliz y libre día. ¡Y buscad motivos para la esperanza, que los hay!

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