No parece justificado no aplicar dichos procedimientos, especialmente los de bajo riesgo, salvo en la última fase de evolución de una enfermedad terminal.
Era sólo cuestión de tiempo que esperáramos eso. El viejo dicho de que el que siembra viento, recoge tempestades, está golpeando inexorablemente. Y afecta precisamente a quienes, creyendo que son inmunes, han transformado nuestra sociedad en un carrusel de hostilidad, intolerancia, resentimiento, malevolencia.
El cambio social se produce también (o sobre todo) a través de las redes sociales, y es en este medio de comunicación que brotan como hongos adolescentes que desean la muerte a los mayores de 50, considerados culpables de contaminar el planeta.
Sin pensar demasiado, están deseando la muerte a sus padres, abuelos, y también, por supuesto, a todos los que, de diversas maneras, gobiernan este mundo.
Después de la siembra del racismo, a cascada llega también el ageismo*: derivado del inglés ageism, indica la discriminación de las personas por su edad.
Desde hace tiempo me interesa este fenómeno, hasta ahora en el ámbito de la desigualdad de trato socio-sanitario con respecto a las personas mayores de 65 años. Por desgracia, colocar a las personas de edad avanzada en un plano secundario en el ámbito de los derechos de asistencia y atención es un síntoma importante de una sociedad enferma de juventud, belleza e individualismo. Y hay que luchar con ahínco para que cada persona mantenga el derecho a vivir plenamente cada edad con respeto y dignidad.
¿Y ahora? Adolescentes desorientados que despotrican contra adultos perdidos en burbujas de comunicación silenciosa, distante, fragmentada en el espacio indefinido: ¿cómo vamos a recuperar?
La libertad individual se deriva también de una educación correcta al respeto, a la reflexión y al crecimiento personal a través de la confrontación con el otro, diferente de nosotros por género, edad, origen: la siembra del odio y del partidismo nos aleja inexorablemente los unos de los otros, aleja pueblos, pero también generaciones, en un impacto devastador de egoísmo, indiferencia, insensibilidad y cinismo, hasta llegar a actos de crueldad.
Pero no podemos sorprendernos de estas actitudes juveniles, señalando motivaciones genéricas que culpabilizan al mundo virtual: estos jóvenes reflejan los valores de una sociedad que no ha sabido ayudarles a ser mejores, hijos de familias concentradas en su propia satisfacción, amigos de pares que ya no son capaces de soñar.
El giro se produce cuando se sabe que un cambio de pensamiento es posible, sigue a la voluntad real de poner en el centro el amor por el otro, el compartir, la felicidad de hacer juntos, con la esperanza de que esta generación comprenda y repudie todos los “. ismos”, fruto de mentes miserables y arrogantes, que a veces ejercen un poder peligroso para los demás, pero inconscientemente, como en el caso del ageismo, también para ellos mismos.
Casaleiz Piscólogo Málaga