En Argentina el movimiento feminista tiene una historia larguísima y muy rica. Conviven en él muchos feminismos, de distintos orígenes y procedencias, que se encuentran desde hace 34 años ininterrumpidamente en el Encuentro Nacional de Mujeres anual (recientemente renombrado con todas las identidades que lo componen como “Encuentro Plurinacional de Mujeres, lesbianas, travestis, trans y no binaries”) a debatir, discutir y crear una agenda propia que incluya las proyecciones de compañeres de todo el país.
En el último tiempo fuimos protagonistas de un hecho histórico: el feminismo tomó la escena pública, se masificó, llegamos a los medios de comunicación y lo cuestionamos todo: en la calle y en la política, pero también en las casas y en las camas.
Sin dudas el hecho que marcó una irrupción en el debate político fue el primer NI UNA MENOS, cuando el 3 de junio de 2015 -y luego del femicidio de Chiara Paez- nos encontramos unidas y hermanadas en un grito urgente: paren de matarnos, vivas nos queremos. Ese grito fue irreversible. Nunca más volveríamos a ser las mismas. Desde entonces quisieron encorsetarnos para hablar sólo de femicidio, como si lo único que tuviéramos para decir o para exigir es que dejen de matarnos. A pesar de esto, el movimiento feminista se constituyó como un actor político central en los últimos cuatro años de resistencia al neoliberalismo. Prueba de esto es que el 19 de octubre de 2016, una Plaza de Mayo colmada de paraguas le hizo el primer paro de mujeres, lesbianas, travestis y trans al Gobierno de Mauricio Macri. Mediante las herramientas históricas del movimiento obrero en Argentina, la huelga, el paro y la movilización, se visibilizó cómo los proyectos neoliberales repercuten especialmente contra nosotras y nosotres, cómo aumenta la desocupación y cómo el endeudamiento genera también pérdida de soberanía. “Vivas, libres pero también desendeudadas nos queremos”, fue la consigna, marcando una clara oposición a la política neoliberal macrista. Fue este mismo paro el punto de partida para las huelgas internacionales que se desarrollaron desde entonces en los tres últimos 8 de marzo y para a que haya una fuerza feminista en la calle contra la asunción de Donald Trump o el grito de #Elenao contra Jair Bolsonaro en Brasil.
Durante 2018, mediante dos jornadas históricas con millones de personas en la calle, se aprobó el 13 de junio la media sanción a la Ley de Interrupción Voluntaria del Embarazo; aunque el 8 de agosto sería rechazada en la Cámara de Senadores. Incorporar el tema del aborto a la agenda pública e impulsar su tratamiento en el Congreso Nacional es un ejemplo del empuje que trajeron las luchadoras históricas a las que se les sumó un tsunami de pibas que vinieron a desbordar el movimiento con su irreverencia y su desobediencia al patriarcado. El movimiento feminista funcionó como aglutinante de todos esos sectores que se movilizaron por primera vez en su vida por una causa, implicando un vínculo ya inescindible con la política.
El reclamo por la soberanía sobre nuestros cuerpos permitió ¨politizar” a un sector amplio de la sociedad: el debate televisado, el “poroteo”, las movilizaciones y escuchar a nuestros representantes colocó la lupa sobre la responsabilidad de diputados y senadores en las leyes de igualdad. Y, principalmente, dio lugar a que muchas pibas que salían por primera vez a la calle lo hicieran de cara al Congreso Nacional, en un proceso político que, como dice la escritora y pensadora Luciana Peker, desterró el “que se vayan todos” para reemplazarlo por el “que se vengan todes”.
No contentas con esto, a fines del 2018, el grito #NoNosCallamosMas hizo foco sobre el cúmulo de situaciones de abuso y acoso con el que convivimos. Con la convicción de que lo personal es netamente político, seguimos visibilizando todas las violencias pero también complejizando las posibles soluciones y respuestas. Es por esto que no creemos que la respuesta sea más punitivismo, sino políticas públicas integrales que trabajen la prevención y, a su vez, que se cumplan las legislaciones ya existentes, como la Ley de Educación Sexual Integral, la ley Micaela, la ley 26.485 por la Erradicación de la Violencia Machista, entre tantas otras que legaron los gobiernos de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de Kirchner.
Pero, ¿hacia dónde vamos ahora? Si bien existe la prioridad de reconstruir material y simbólicamente lo avasallado por el macrismo en cuatro años, los reclamos por vivir en una sociedad más justa e igualitaria están más vigentes que nunca. Argentina está frente a una situación excepcional: un cambio de gobierno, una transición democrática que pone fin a una gestión de políticas neoliberales que empobrecieron enormemente a la población. La región está convulsionada y se viven momentos oscuros, como el golpe de estado en Bolivia y la masiva violación de derechos humanos en Chile (como expresan las intervenciones del grupo feminista “Las Tesis”). Pero lo cierto es que el feminismo es en casi toda la región una oposición creciente a los gobiernos fascistas y misóginos.
El movimiento feminista ha funcionado como resistencia a modelos de países excluyentes e injustos. Ahora el desafío es poder ser Gobierno: adentrarnos en las complejas pero necesarias lógicas estatales para garantizar derechos. Hay historia sobre esto, las feministas venimos dando pelea desde hace mucho tiempo hacia dentro de nuestras organizaciones sociales y políticas. Argentina es una excepción en la región, dado que ante la crisis económica y social ha encontrado una canalización política que es capaz de ponerle un punto final a este proyecto de hambre para poder abogar por un país más justo e igualitario. Para que el Estado pase a ser una herramienta que garantice y amplíe derechos, tenemos que estar a la altura, reclamando los lugares que nos merecemos y haciendo política, porque más temprano que tarde América Latina va a ser toda feminista.
*Agostina Agudin (Daireaux, Buenos Aires, Argentina; 1995) es politóloga y militante de la organización política y social El Hormiguero.