Unas imágenes. Unos sonidos y unas palabras… pero no palabras cualquiera: son palabras que duelen, que hieren, que aman, que salvan.
Son personas. Un documental lleno de personas. Personas y solo personas, porque esa es la gran verdad: vivimos en un mundo lleno de personas, siempre individuales, únicas e irrepetibles. Los que llegan, los que acogen, los que rechazan, los que esperan: todos con sus esperanzas, sus miedos y su fe.
Y Salvador Escalona nos lleva de la mano a preguntarles. Si. A preguntarles el qué, el porqué, el quién y el cuándo de sus vidas, de sus desvelos y sus trabajos. Preguntas llenas de ansia de saber, de hambre de conocer. Saber, comprender, conocer… que no son más que formas de amar. Todo ello, maridado con el exquisito apetito del director por los silencios y murmullos, por las luces y las sombras, hacen que lo que no se ve, no se dice o no se siente, adquiera tanta importancia como lo más evidente.
Por un lado están los que acogen, los que escuchan, los que aplican sus conocimientos. El conocimiento y la técnica al servicio del corazón. Con sus uniformes tan intensamente rojos, que hasta velan a la persona que hay detrás, para evidenciar así la complejidad y minuciosidad de su trabajo. De sus palabras, el análisis certero, la propuesta concreta y el camino a seguir. A veces, una ligera inflexión, una mirada perdida o un gesto casi imperceptible, deja entrever, tras el técnico, un corazón que siente. Pero ellos son así: llevan 155 años acudiendo a realidades terribles, llevando alivio al sufrimiento que preferimos no ver. Y llevan el intenso rojo de la denuncia, por la sangre inocente derramada por el mundo: en sus chalecos, en su insignia y en su alma. Y están los protagonistas. Escuchemos. Ellos tienen las respuestas. Tantas respuestas como personas. Personas únicas, insustituibles, irrepetibles…