Viajar es una de las actividades más gratificantes que una persona puede hacer en su vida. Conocer nuevos horizontes, nuevas latitudes, nuevos olores, nuevas visiones, palpar lo tangible, aprender de nuevas culturas, otros acentos, descubrir otras formas de pensamiento y aprehender la energía que fluye con otros vientos; todo esto ofrece la oportunidad de sentirse libre y feliz, encontrarse a sí mismo reflejado en lo nuevo. Y escribir como lo hago ahora sobre lo vivido, completa mi regocijo.
Son hasta ahora 141 países que he visitado, he cruzado todos los océanos y caminado en todos los continentes habitados. Solo me falta la Antártida, nunca digo nunca.
El último viaje que acabo de hacer ha rebasado con creces todas mis expectativas. He pisado China, el gigante asiático, el país más poblado y de mayor crecimiento económico del mundo. Conocerlo a plenitud demandaría varios meses de arduo trajín, lo que es muy difícil llevarlo a la práctica, no solo por la cantidad de dinero que demandaría tal empresa, sino por la falta de tiempo que un asalariado de trabajo fijo como yo dispone. Así que organicé este periplo en algo más de dos semanas de vacaciones para explorar por lo más emblemático de la naturaleza y cultura de este maravilloso país.
Mi vuelo de arribo me llevó a la capital política, Beijing. A diferencia de los prejuicios que hay en el hemisferio occidental, sorprende desde el primer instante, la calidad y modernidad de las instalaciones e infraestructura; primero el aeropuerto, enorme e impecable, la gente amable desde mi llegada hasta mi partida, pese a que la mayoría no habla idioma extranjero, se dan modos para ayudar. La aerolínea utilizada para este periplo, me ofreció de cortesía el servicio de un taxi, que me transportó por una hora de intenso tráfico, pese a las amplias y bien señalizadas autopistas que conectan la terminal aérea con la ciudad.
Había reservado un pequeño pero muy cómodo hotel en el centro de la ciudad, muy cerca de la Plaza Tiananmén y la Ciudad Prohibida, así como los barrios tradicionales que aún guardan un sorbo de pasado en medio del crecimiento urbanístico moderno.
Se dice que solo caminando se conoce, y es muy cierto, si se pone atención y los sentidos están prendidos, se mira, huele, palpa, degusta, escucha, se siente todo el mundo que nos circunda. La primavera brinda un sol que abriga lo suficiente y deja el azul del cielo abierto que sirve de marco de los cerezos en flor, sauces y jardines llenos de flores que forman parte de los jardines de la Ciudad Prohibida. Desde Tiananmén, considerada la plaza urbana más grande del mundo, se accede por la monumental entrada que se abre a las ocho de la mañana; me apresuro a entrar para ganar a los miles de turistas que se agolpan el mismo día que resulta ser feriado chino. Consideremos que todo feriado, en cualquier parte del mundo, incrementa por cientos el número de visitantes a sitios turísticos; en China, con su población que se cuenta por miles de millones, el flujo se exponencia asimismo por miles.
Ya dentro, el escenario es magnífico. Enormes patios interiores están rodeados de espacios que fueran ocupados por personal de servicio y administrativo, caballerizas, etc. Se trata de la estructura de maderas antiguas más grande del mundo, declarada así por la UNESCO en 1987, cuya extensión es de 72 hectáreas; construida entre 1406 al 1420, sirvió como palacio de gobierno de las Dinastías Ming hasta la Qing por más de quinientos años. Ahora el Palacio es Museo. La Puerta de la Divina Armonía es el preámbulo imponente desde el cual se admira el palacio, que se eleva hasta treinta metros de altura y es precedido por tres muros de mármol blanco. El palacio tiene tres edificios centrales: El Palacio de la Armonía Suprema, el de la Armonía Central y el de la Preservación de la Armonía. Dentro de ellos hay mucho más de un millón objetos de cerámica, porcelana, bronce, oro, piedras preciosas, pinturas, etc.
Admirar la inmensidad de esta edificación requiere comprender la monumentalidad de todas las construcciones chinas, antiguas y también modernas. Soy de quienes piensan que si un país quiere ser grande, debe pensar en grande y hacer todo en grande.
De todas maneras, no todo es monumental en Beijing, pues a un lado de estas estructuras, el barrio antiguo nos enseña una Beijing tradicional de casas pequeñas de color gris, con puertas rojas y pequeños jardines. Aquí casi no hay turistas, sino la gente llana local que realiza sus actividades cotidianas con una calma que sorprende. Sus miradas son relajadas aunque algo nostálgicas, caminan o con su bicicleta acuden con mercancías de todo tipo hacia la zona comercial adyacente, que rompe la calma anterior por el bullicio y el rápido caminar de miles de personas, que disfrutan de los restaurantes o tiendas locales.
Pero Beijing me ofrece mucho más. El Palacio de Verano es otra maravilla arquitectónica circundada por una laguna artificial y caminos peatonales usados por miles de personas que disfrutan los bosques y jardines del complejo. Otra obra que me causó admiración es el nuevo Palacio de Artes, una súper moderna bóveda circular de cientos de metros de diámetro, adornada por un espectacular escenario de jardines perfectamente mantenidos.
*Dr. Denys Toscano Amores es Embajador del Ecuador en Etiopía, Kenia y Tanzania. Y también es Observador Permanente ante la Unión Africana.