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lunes, diciembre 23, 2024

Arte para profanos: «El retorno del hijo prodigo» Rembrandt, 1662

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Desde mi punto de vista, la figura del hijo pródigo tiene una visión bastante controvertida en la literatura cristiana (yo la llamaría bastante poco aleccionadora, pero por no herir sentimientos, la dejaremos sólo en controvertida).

Recordemos grosso modo cómo se cuenta la Parábola del hijo pródigo en el Evangelio de Lucas. El señor padre tenía dos hijos. El menor, pensando sólo en sí y para sí mismo, le pidió al padre la parte que le correspondería de su herencia y se marchó de casa con un “Hasta luego, Lucas”, y si te he visto, no me acuerdo. Con el dinero del padre se lo pasa de muerte, hasta que, claro, el dinero se acaba. Entonces, se ha de buscar la vida, como todo hijo de cristiano. Y trabajando trabajando, se acuerda de que, en casa de su padre, hasta el criado tenía más sueldo y vivía mejor. Concluye que es mejor volver a casa, y así lo hace. Al llegar, arrodillándose le pide perdón a su padre e, incluso, le solicita el trabajo del criado, porque hasta él mismo siente que no merece más. El padre, que es padre, perdona a su hijo, como debe ser. Pero, entonces, aquí comienza la segunda parte.

Y es que esta parte parece escrita por un evangelista muy moderno, un padre de hoy en día, muy amigo y colega de su hijo, pues más que educarlo, parece decirle:”no pasa nada”. Así, el padre llama a los criados y les ordena vestir a su hijo del alma con ropas buenas y joyas. Y, además (¡pero quién escribió esto!), va y monta una fiesta para celebrar el regreso del hijo, con barbacoa a lo grande incluido.

En esto, aparece el hijo mayor, el que se había quedado apechugando en casa del padre. Se extraña y, en realidad, no se alegra de la vuelta del hermano. Él lo ve como un hermano que no se ha portado bien. Como no es su padre, no tiene ese corazón capaz de saber perdonar a su hijo. Y por esto, el escritor cristiano tan guay lo rebaja al nivel del hermano que se lo pasó todo por el forro. Es más, llega a poner al hijo que ha vuelto como el preferido, el más querido por el padre, el más guapo y atractivo, vamos…que no le compra un descapotable para ligar porque aún no se habían inventado los coches, que si no…

En fin, visto desde ese lado, muy, pero que muy parcial, todo sería bonito: como si se tratara de una película de Hollywood, con un final feliz, muy feliz, muy dulce, y chimpún.

Lástima que, como ocurre siempre, se nos olviden otras personas en la misma historia. Son los perdedores por decreto, por parábola o porque les ha tocado así. Ahora los llamaríamos los invisibilizados.

Sí, porque en esta historia del hijo pródigo no se dice nada bueno del hijo que siempre se portó bien desde el primer día de su vida. Parece que no merece ningún reconocimiento por haber sido siempre buena gente. En cambio, se premia al tarambana que se lo ha fundido todo y, de repente, en plan película melosa, se vuelve bueno y pide perdón al papá enrollado. Pues, en mi opinión, está es una visión muy hipócrita y muy poco aleccionadora. Si los escritores cristiano de la época pretendían justificar la figura del arrepentimiento y del perdón paterno, pues, de acuerdo con la idea, pero no con la forma. Pues no creo que esta parábola sea la más adecuada. Porque yo, que no soy escritor cristiano, premiaría al hijo que ha sido bueno siempre, y que sigue siéndolo. Me alegraría mucho por el que ha vuelto al redil, pero, desde luego, no haría fiestas ni tiraría muchos cohetes por él. Es más, y puesto a pensar mal, seguiría siendo un poco desconfiado de él. Porque ya lo dice la sabiduría castellana: “la cabra siempre tira al monte”. O sea, que cuidadín con los hijos pródigos y más cuidar a los buenos hijos.

Y todo esto, pues podemos extrapolarlo a la vida en general. En vez de halagar tanto al que ha hecho algo, una vez, súper guay en la vida, deberíamos mirar más por aquellos, nuestros amigos, familiares o vecinos, que están ahí siempre, sin hacer ruido, portándose correctamente, atendiendo en lo justo o más, sin meterse en tu vida, y sin robártela tampoco. Esos sí que son para mí los que deberían recibir premios y reconocimiento.

Y en esto, me vienen a la cabeza también aquellas personas que, en una competición, quedan segundos, terceros, o en cualquier otro puesto inferior. ¿Es que no merecen reconocimiento? Todos los medios de comunicación se fijan en el ganador, y se olvidan completamente de los demás. Parece que ser el segundo o el noveno entre un millar no tiene mérito alguno.

Menos hijos pródigos y más hijos normales es lo que necesitamos en nuestra vida. Menos fanfarria, menos ostentación y más modestia y trabajo. Hasta en la Antigüedad había malos escritores y malos consejeros. Luego nos quejamos de que la mayor aspiración de nuestros jóvenes sea hacerse millonarios/as, o casarse con un/a millonario/a. Cría cuervos…

Rembrandt Harmenszoon van Rijn, pedazo de artista del siglo XVII. En Wikipedia pone como causa de su muerte: Envejecimiento. Tenía 63 años. Si a los 63 te mueres de viejo, no habría problema con las pensiones…

Y, además, holandés. Como digo siempre: Holanda es mi debilidad; sobre todo, desde que le ganamos la final del Mundial 🙂

Paraqué

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