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martes, noviembre 12, 2024

Arte para profanos: Autorretrato, Alberto Durero, 1498

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Si hubiera que hacer un concurso entre los artistas del pasado, para saber a cuál le gustaban más sus autorretratos, el primer premio, sin duda, se lo llevaría Albrecht Dürer, conocido en España como Alberto Durero.

Durero nació en Núremberg, en 1471.Era hijo de un orfebre húngaro, que tradució su nombre a Türer, fabricante de puertas, y, finalmente, adoptó Dürer.

Desde pequeño, nuestro Alberto fue aprendiz en el taller de su padre. A los 15 años entró en el taller de pintura de Michael Wolgemut, pintor alemán de la última fase del gótico, conocida como estilo flamenco o prerrenacimiento.

Ya formado como maestro artesano, se casó en 1494, cumpliendo un matrimonio concertado, con Agnes Frey, hija de un herrero bien acomodado. La relación conyugal nunca fue muy atractiva. De hecho, al año siguiente, Durero se marcha él solo, sin su esposa, a Italia, donde los pintores, al igual que él, pretendían ser considerados artistas y no artesanos.

De la etapa de la vuelta de ese viaje es este autorretrato, fechado en 1498, y que se encuentra en el Museo del Prado. En él, Durero se pinta como un auténtico “gentleman” de la época en su reivindicación de artista. Se viste con sus mejores galas, las más finas y delicadas de la moda de la época. Quizá, a primera vista, a nosotros nos pudiera parecer que se ha retratado con el pijama recién recibido de Aliexpress, pero, en realidad, con su vestimenta, cuidando los más mínimos detalles, deja claro su alta categoría, a la que se siente pertenecer. Es un noble y así se pinta, bello, a sus 26 años, con su imagen , tal como él se ve y así lo deja escrito en la propia obra. En el Tinder Alemán de la época, seguro que arrasaría, con sus ojos melosos, su cabello ondulado, su mirada misteriosa y, sobre todo, como pretendía él, con las caras vestimentas, típicas de un gentilhombre. Lo que no sé es porque nunca se ha utilizado esta imagen como un icono gay en la actualidad, porque un aire, la verdad, es que lo tiene. Es más, Durero nunca tuvo hijos y en cartas que se conservan a su amigo, el abogado Pirchkheimer, habla bastante mal de su esposa, la cual nunca le hizo tilín. ¡Vamos!, que podría ser “canonizado” como pionero gay en cualquier momento.

Pero, en realidad, él hacía de su propia imagen una reivindicación como ejerciente de una noble profesión, de ser, desde ese momento, el hombre el que domina el mundo, el que es el eje del mundo, quien lo domina y lo dirige, todo ello ajeno al poder de Dios.

Dos años después de este autorretrato, se hizo otro con características que hacen recordar a Cristo. Aparte de este narcisismo por autorretratarse en bastantes más ocasiones, Durero es famoso por ser el primer pintor renacentista alemán, y por su extensa producción de grabados, destacando especialmente sus xilografías dedicadas al Apocalipsis. Poco después, ya entrado el siglo XVI, pintó sus 2 tablas, de Adán Y Eva (1507), que también las disfrutamos en el Prado. El hecho de que disfrutemos de tantas obras del alemán en el Museo del Prado se debe a que en el siglo XVII, muchas fueron regaladas al rey de Inglaterra por la ciudad de Núremberg. Poco después, un avispado agente del rey Felipe IV las adquirió en la subasta pública de los bienes muebles del rey Carlos I de Inglaterra.

Aparte de sus viajes a Italia, su trabajo se centró en su ciudad natal, en Núremberg. En 1520 emprendió un viaje, empezando por Aquisgrán, intentando entrevistarse con el emperador Carlos V (nuestro Carlos I, el nieto de los Reyes Católicos). Consiguió su objetivo de ser recibido por el Emperador. Pero a causa de este viaje, se le atribuyen las causas de sus problemas de salud, quizás malaria, que le afectaron bastante en sus últimos años de vida. Murió a en 1528, cuando aún no había cumplido 57 años de edad.

En 2011, por sugerencia de la Oficina de Turismo de Núremberg, la empresa Playmobil lanzó al mercado un muñeco (click) caracterizado como este autorretrato del pintor. El click en cuestión se vende en varios museos alemanes y, sobre todo, en el Museo del Prado, donde se ha convertido en todo un auténtico “superventa”.

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