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domingo, noviembre 24, 2024

Arte para profanos: «La Libertad guiando al pueblo» Eugene Delacroix, 1830

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Érase una vez la ilusión…, la ilusión de creer que se podía cambiar el mundo, de cambiar el sistema de clases, de un mundo feliz e igualitario.

Han pasado casi 200 años, y le han dado totalmente la vuelta a la tortilla. Si antes se luchaba por mejorar las condiciones sociales y económicas, hoy se manifiesta, se “lucha”, por decirlo de alguna manera, por erradicar los valores que han forjado la historia de las naciones, a cambio de crear ficticiamente otras identidades nacionales, así como por favorecer las identidades personales diferentes, en perjuicio de las que no lo son, por la defensa de los derechos de los demás, a la vez que se deja pisotear los propios, por el simbolismo de una igualdad entre sexos, obviando que la desigualdad es, y ha sido siempre en la Historia, económica. En resumen, y por no enumerar las infinitas “luchas” del tercer milenio, hoy te hacen manifestarte, defender y posicionarte, por miles de cortinas de humos para que, en definitiva, no Luches de verdad, y en mayúscula, por la igualdad económica entre las personas y los pueblos, por lo que verdaderamente influye en tu vida.

Grosso modo, se podría decir que el siglo XIX fue el de la ilusión, el siglo XX, el de la experimentación, y el siglo XXI, el de la manipulación. Nos ha tocado vivir la época del Gran Hermano, no el de Telecinco, sino el de “1984”, así como experimentar cada día el Nuevo Orden Mundial, pero no como reportaje de Tercer Milenio de Iker Jiménez, sino al uso de “Rebelión en la granja” (una sociedad en la que los animales lucharon por la igualdad de todos, pero que terminó dominada por los cerdos, literalmente), ambas novelas de George Orwell, que junto a “Un mundo feliz”, de Aldous Huxley, se deberían incluir en una Biblia Apocalíptica del siglo XX. Se intenta acabar con las creencias personales en pos de la creencia única del que se hace llamar movimiento progresista, movimiento que significa todo lo contrario al progreso de la humanidad; más bien, es rediseño de la humanidad, inculcándonos una doctrina y unos valores, tan supuestamente justos y democráticos, que si no estás con ellos, estás contra ellos. Si Lenin y Stalin levantaran la cabeza, sólo podrían decir “¡Enhorabuena, nos habéis superado!” (lo dirían en ruso, claro, pero, vamos, que sería, más o menos eso). Y si otros dictadores genocidas de la historia también levantaran la cabeza, se quedarían sorprendidos de lo listos que son sus colegas de hoy en día.

“La libertad guiando al pueblo” es un enorme lienzo (260x360cms) que representa la revolución que estalló en Francia, a finales de julio de 1830, contra las políticas autoritarias del rey Carlos X, que había suprimido el Parlamento y la libertad de prensa. Eugène Delacroix, aunque no participó directamente en las barricadas de esos días de julio levantadas en París, se autorretrata en la obra (es el hombre con sombrero de copa en primera fila). Como él mismo escribiría después: “Si no he luchado por la patria, al menos, pintaré para ella”. Estas revueltas dieron lugar a lo que se ha llamado como la “Revolución Burguesa de 1830”, que se extendió a otros países, e incluso motivó movimientos de liberación nacional, como el de los belgas, que consiguieron su independencia de los Países Bajos.

La Libertad, que en Francia la llaman Marianne, enarbola la bandera tricolor, la bandera de la que tan orgullosos se sienten nuestros vecinos del norte, y que, a pesar de ser un simple trapito (como llaman algunos a las banderas), es mucho más que un sentimiento nacional propio del Romanticismo del siglo XIX: es el recuerdo de tu propia historia, de donde vienes, de por qué eres hoy día quién eres. Renunciar a la bandera propia es como renunciar a los orígenes de tu familia, con sus luces y sus sombras, pero tu familia, al fin y al cabo.

Hombres y mujeres, mayores y jóvenes (como el muchacho con dos pistolas a la derecha), y personas de todas las clases sociales: burgueses (como Delacroix), proletarios (como el moribundo a los pies de la Libertad), desde las clases más bajas, a la clase alta de la sociedad, luchan por sí mismos y por su nación, por ideales de Igualdad, por la Libertad real, de verdad, para lograr la victoria. Nada que ver con la “lucha” actual donde enciendes la televisión y te dicen lo que es bueno y lo que es malo. Pones la radio y tertulianos “expertos” en tertulias te vuelven a repetir lo que es bueno para ti y lo que no es bueno para ti. Te pasas a las redes sociales, y desde la más insignificante a la más actual, te inundan de lo que te venden como información de la calle, de las personas como tú, que, casualmente, también te dicen lo que has de hacer y lo que no has de hacer. Y como el ser humano, además de inteligente, es vago por naturaleza para pensar por sí mismo, interioriza esos “inocentes” comentarios, noticias, anécdotas y sucesos de los demás seres, aparentemente iguales como tú, y termina por asumir como propias las ideas que le han ido inculcando por un lado y por el otro también. Como ya decía alguien hace un siglo, una mentira repetida mil veces, se termina por convertir en una verdad asumida por todos. Y quien dude de ello, que se lo pregunte a un tal Adolf, alemán muy conocido del siglo XX. Y quien crea que somos los españoles los únicos del mundo que tragamos con todo, que estudie un poquito de historia contemporánea y ya verá que alemanes, italianos, bolcheviques soviéticos, jomeinistas, castristas y tantos “istas” más, tampoco se han de sentir mucho más orgullosos que nosotros.

Eugène Delacroix murió en 1863, habiendo visto como su famoso cuadro fue adquirido por el Estado francés en 1831, despreciado en 1839 y vuelto a ser considerado de nuevo en 1848, tras la nueva revolución burguesa de ese año. En 1874 fue definitivamente expuesto en el Museo del Louvre (París) y ahí sigue, hasta la fecha, y para siempre, … a menos que nos hagan pensar otra cosa en el futuro.

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