¡Hasta un emoticono tiene!
Y es que esta imagen de Munch es una de las más recurrentes en estos tiempos.
Se han acabado las Fiestas y hay que volver a trabajar: ¡ahhh! (ponga el emoticono).
Que le cuentas al amigo cómo te han pillado, lo que te ha pasado, o lo que seguro te va a pasar: ¡ahhh! (emoticono).
Pero esta imagen, esta obra maestra, no tiene un significado tan banal. A finales del siglo XIX, ya se intuía que la tensión entre las potencias europeas podría estallar en cualquier momento. La obra capta el Horror en mayúsculas que estaba a punto de llegar, la desesperación de los que eran conscientes del horror, de la gran guerra que se avecinaba. Nada de eso se puede expresar mejor que con esta pintura. Es la imagen de un mundo pasado, pero que se asemeja mucho al actual, un mundo en donde había (y hay) quien paseaba (y pasea) tan tranquilo, justo al lado de aquellos que veían ( y ven) como ese mundo ( y este también) se destruye a sí mismo con guerras y enfrentamientos fratricidas entonces, y actualmente con dolor, violencia, más mental que real, entre hermanos e iguales de toda la vida, rivales hoy en el tablero de la manipulación más feroz de la Historia.
La vida de Edvard Munch no fue la vida de un hombre normal. Fue un hombre atormentado, con graves problemas existenciales. Su pintura es expresión de sufrimientos, de los que vivió en las muertes de su madre y de una hermana, así como en el trastorno psicológico de su otra muy querida hermana. Su pintura es más bien oscura, no transparente para entenderla a primera vista. Con “El grito”, además de vaticinar el gran sufrimiento general que estaba por llegar, el artista parece expresar asimismo su lado más personal, el sentimiento de desesperación y soledad del hombre moderno (de entonces y de ahora), donde a nadie le importa lo que le pasa a su prójimo, a su vecino, a quien se cruza por la calle.
Es justo la imagen con la que se podrían identificar quienes están hundidos en la depresión, en el pozo sin fondo del que creen que no pueden salir jamás. Recuerdo cómo hace años pregunté a un amigo cómo se encontraba. Me preguntó si conocía este cuadro y me dijo que él se sentía así, como el personaje de esta obra. De verdad que me sentí inquieto, pero no me atreví a indagar más, pues no quise pecar de indiscreto, curioso o “metomentodo”. El tiempo hizo que se me fuera pasando esa amarga sensación que me sobrevino. Recuerdo con agrado y nostalgia una cena antes de Navidad donde coincidimos y donde lo vi alegre, charlatán, bromista, como era de esperar en una ocasión como aquella.
No recuerdo si lo volví a ver más. En agosto del año siguiente me encontré con otro amigo, más cercano a él de lo que yo lo fui. Me preguntó si me acordaba de él: “¡claro! –le respondí-, ¿cómo le va?”. “Se suicidó la semana pasada”. Su respuesta me dejó completamente helado, en medio de un día de bochorno de verano malagueño. Me sentí como esos personajes, al fondo de la obra de Munch, aquellos que pasean ajenos a la realidad, indiferentes a la sensación de soledad y angustia del personaje principal, que grita, pero cuyo grito es mudo a las conciencias limpias y a los oídos sordos de quienes le rodean, o como era en mi caso, de los que habíamos rodeado a una víctima de la indiferencia y de un horror interior que ninguno supimos ver.
Munch realizó cuatro versiones de esta obra. Y también tienen su propia historia.
En febrero de 1994, la versión de la Galería Nacional de Oslo fue robada de una forma, digamos, muy pacífica. En menos de un minuto, los ladrones se llevaron la obra de donde se encontraba expuesta, a plena luz del día, e, incluso, se atrevieron a dejar una simpática nota a la Dirección del Museo:”Gracias por la falta de seguridad”. Afortunadamente, en 3 meses, se logró recuperar la obra y en buen estado.
En agosto de 2004, esta vez, armados, varios ladrones consiguieron robar la versión del Museo Munch (también en Oslo), junto a la “Madonna”, otra gran obra del autor. En este caso, no hubo bromas, ni fue rápida la recuperación, lo que sucedió a los 2 años. Además, la obra sufrió daños considerables.
Edvard Munch, el pintor de almas, como él se consideraba, o el pintor de las angustias humanas, como podría definírsele mejor, vivió 80 años. Había nacido en 1866, cuando su país era regido por el rey de Suecia, país al que permaneció unido hasta 1905, y murió en 1944, un año antes de la liberación noruega de los nazis, al final de la Segunda Guerra Mundial.
Permitáseme esta dedicatoria.
In memoriam, T.
Paraqué