¿Qué sería de la vida sin la muerte? Duro ejercicio de reflexión: ¿quién quiere vivir para siempre?
Hay quien se empeña en vivir su vida como si esta se fuera a prolongar eternamente. O como si fuera a vivir todas las vidas que pueda imaginar: acaparando riquezas, experiencias, títulos, fotos, amigos en las redes sociales. Pasamos la vida preparándonos, ¿para otra vida, quizá?
Baldung muestra en su obra que, por muy jóvenes y vivos que nos sintamos, es la Muerte la que decidirá el futuro, con su metafórico reloj de arena sobre nuestra cabeza. A pesar de los intentos de la Vejez (la mujer anciana) para que no le alcance, o de la Juventud (la mujer joven), que se regodea en su belleza efímera, sin prestarle atención, es la Muerte la que marca el tiempo de cada persona.
De igual manera que ahora la vemos como algo ajeno y lejano a nosotros –de ahí el pecado de creernos eternos-, en el siglo XVI, la muerte era un hecho más presente en la vida cotidiana de las personas: una altísima mortalidad infantil, unas creencias religiosas mortificadoras, hambre, enfermedades, guerras,… Es curioso observar, desde nuestra visión actual, la poca importancia que se le daba entonces a la infancia en general. Nacían y morían muchos niños. Eran relativamente pocos los que sobrevivían hasta llegar a la edad adulta. La reserva afectiva de los padres hacia los recién nacidos era, más bien, por autodefensa. También esto explica la poca importancia que Baldung concede a esta Edad en su obra. La Infancia (el bebé), la pinta sin apenas detalles. Para distinguirla de otras con la misma temática del autor, hay quien conoce esta obra como «Los dos amantes y la muerte», pero, en mi opinión personal, el amante no se ve por ninguna parte.
Hans Baldung, también llamado Grien o Grün (verde en alemán –apodado así por el color que solía usar en su vestimenta, no por otra cosa-), nació hacia 1485. Debió de ser un hombre que vivió muy atormentado, pues en el conjunto de su obra se halla muy presente la figura de la muerte y la suele pintar como un cadáver reseco y descomponiéndose. Son varias sus obras que llevan como tema las edades de la vida y la muerte que acecha. Su biografía es poco extensa. Se sabe que fue un discípulo predilecto en el taller de Durero, en el que entró a los 18 años. Su producción artística incluye diseños para vidrieras, xilografías, alegorías, retratos, aunque, en la mayor parte de los casos, son atribuciones y pocos obras llevan la firma H.B. Murió a los 60 años, en 1545.
En realidad, lo único que las personas podemos saber con certeza sobre nuestra existencia es que, un día, llegará a su fin. Testimonios de personas que han estado al borde de la muerte, se refieren a una especie de sueño donde se veían inmersas en una danza en corro, la Danza de los Muertos, alejándose lentamente de la Tierra, y a la que han vuelto de repente con su despertar. Podría ser una sugestión en la que han coincidido o podría ser el principio de un camino hacia otra parte, como vienen a predecir casi todas las religiones. En ese otro lugar, Cielo o como se quiera llamar, donde pudieran encontrarse todos aquellos que fallecieron, ¿cabría lugar para el recuerdo de los vivos, de la misma manera que aquí recordamos a los muertos? Nos es imposible imaginárnoslo, pues nos es imposible imaginarnos careciendo de vida, en la nada: en esa nada en la que ya no podemos temer a la soledad, al dolor, al olvido, a la necesidad… Al fin y al cabo, pensándolo bien, ¿qué es el temor a la muerte, comparado con el temor a la vida?
Si hay un después, es porque, posiblemente, también hubo un antes. Y entre medias…, aquí estamos. Las respuestas, para quien las busque, que cada uno se las encuentre en su propia religión o en el Esoterismo. O como escribiría Calderón de la Barca en su obra: “ La vida es sueño, y los sueños, sueños son”.
Soñemos, pues.