Se trata de la tabla derecha del díptico (retablo doble) que el pintor Jean Fouquet realizó para la Catedral de Notre-Dame-de-Melun, al sur de París. En la tabla izquierda aparecían San Esteban y el donante, la persona que realizó el encargo, también de nombre Esteban (Etienne, en francés). Es hacia ellos hacia donde apuntaría el dedo del niño Jesús. Y es que ya no apunta en esa dirección, pues en 1775, tras una reforma en la catedral de Melun, el Díptico se dividió en dos y fue vendido: los donantes acabaron en Berlín y la Virgen con el niño en Amberes.
Igual que nos parece diferente hoy día, esta representación de la Virgen, también lo fue siglos atrás. No aparece como madre nutriente, a pesar de tener un pecho descubierto y bastante bien puesto, no precisamente de nodriza del mundo. Cualquiera diría que llevaba silicona; sólo que, por aquella época, aún no se había inventado Corporación Dermoestética.
Aunque la biografía de Fouquet no es muy extensa, sí es lo suficiente como para saber que murió 25 años después, y no quemado en la hoguera por el atrevimiento de esta obra. Resulta que el donante, o sea, el que encargó y pagó el Díptico, era un tal Etienne Chevalier, persona muy influyente en la corte, y que fue tesorero del rey Carlos VII de Francia. El rostro de la Virgen se corresponde con el de Agnés Sorel, considerada como la mujer más bella de la época y que había sido la amante favorita del rey, hasta que ella murió, de parto, en 1450. Tan grato debió ser el recuerdo para el rey, que la quiso elevar a los altares, literalmente. Acompañada, además, de una corte de ángeles muy peculiares y coloridos, de azul y rojo, que junto al blanco de las figuras de la Virgen y el Niño, se correspondían con los colores del escudo del monarca. ¡Casualidad: los mismos de la actual bandera francesa!
Y allí, en la Catedral de Melun, permaneció el Díptico durante 300 años, sobre la tumba de Chevalier. Imaginamos que su capilla sería la más visitada, sin duda; el lugar donde el Arte se sentiría más vivo. Y yo me pregunto sobre los pobre visitantes y feligreses, analfabetos en su mayoría, que, oyendo misa en latín, vayan a saber… ¿para dónde se les iría las miradas?