Una mañana el famoso novelista R. recibe una carta sin remitente. Así comienza esta novela corta de Stefan Zweig. Dentro del sobre tan solo hay veinticinco folios escritos a mano con una caligrafía que él desconoce.
La carta comienza así: «Mi hijo murió ayer». Es entonces cuando, tanto el protagonista como el propio lector, movidos por la curiosidad, devoran sin cesar esos escasos folios. En ellos, una mujer enamorada cuenta cómo se sintió desde la primera vez que le vio y lo enamorada que ha estado de él durante toda su vida. La carta está escrita en un mismo día, mientras el cadáver de su hijo descansaba a su lado.
Al principio el lector puede pensar que lo que siente aquella mujer es exagerado, que no puedes vivir enamorada toda tu vida de una persona que ni siquiera sabe que existes, pero a medida que avanza el relato la historia se hace más real, más dolorosa y no se puede evitar caer rendido ante aquella desconocida enamorada de un hombre que no se merece.
Ambos protagonistas tienen varios encuentros sexuales pero mientras que él la considera una mujer más con la que ha tenido relaciones, ella sueña con el día en el que él la recuerde cuando se cruzan por la calle. Pero aquello nunca ocurre.
Él nunca se acordará de ella y ella lo sabe, lo cual agrava más su dolor. Sobre el último encuentro que mantienen en casa de él, ella dice: «Me cogiste entre tus brazos. Me quedé otra maravillosa noche junto a ti, pero no reconociste ni mi cuerpo desnudo».
En definitiva es una novela corta, apenas llega a las 70 páginas, pero intenso. Condensa en sus páginas toda la vida de una mujer locamente enamorada cuyo único deseo no se cumplió nunca.