Ayer 14 de septiembre se presentó la que es ya tercera novela de uno de los autores más originales del terror español, el veleño Miguel Córdoba: La curación.
El acto tuvo lugar en el Museo Interactivo de la Música de Málaga, concretamente en su Sala Living Lab, llena de los ecos mecánicos (mudos en esta ocasión) de la música de otra época, llena de pianolas, viejas grabadoras, gramófonos… Pilar Márquez, editora de El Transbordador, y Miguel Ángel Villalobos, editor de GasMask (tras la fusión con El Transbordador parte de ésta) abrieron fuego hablando del complicado juego de azares que conduce a una obra aún por escribir, tras todo el proceso creativo, a la imprenta. A continuación subrayaron la confianza depositada en los poderes literarios de Córdoba, ampliamente probados en sus dos novelas precedentes: Ciudad de heridas y Los tres abismos de Damián Mustieles.
El novelista tomó entonces la palabra y se adueñó del tempo del acto y del escenario, bastaba con oírle, con sentir esa pasión que se desbordaba en imágenes, pese a ese disfraz de calma absoluta que le sienta a la medida.
Una de sus primeras reflexiones fue que Magie Anderson, la protagonista de su novela, resultó “una visita inesperada, una visita que me salvó el día”, aunque por su forma de expresarse bien pudiera parecer que le había salvado la vida: Córdoba es un hombre que se entrega en cada expresión. Magie, desde que naciera, en la realidad literaria y en la irrealidad consustancial al veleño, tiene atado un hilo negro en su dedo anular de la mano izquierda. Y ella, protagonista absoluta de la charla, casi un eco de ecos, terminó exorcizando las palabras. Si Dios es o no (y cito textualmente Ciudad de heridas), “una chica de nueve años que vive dentro de una urna de cristal en una base subterránea secreta de Nebraska” es la pregunta sin respuesta que responderá el lector que se atreva a adentrarse en sus páginas. El autor bromeó diciendo que aquí no tenían cabida “ni perros rabiosos ni escritores drogadictos”.
Córdoba agradeció el asesoramiento de Pilar y Miguel Ángel, las llamadas telefónicas, las ideas, las sugerencias recibidas para que La curación fuese la mejor novela posible entre todas las soñadas. “Un escritor”, afirmó, “ha de mostrarse receptivo y escuchar a todo el mundo, en ningún momento encerrarse en sí mismo y negarse al cambio de una sola coma”. Con una sonrisa en los labios confesó que “sus editores, al publicarme con el mimo que invierten en cada detalle, me hacen sinceramente un favor”.
Tras disertar acerca de los tulpas, esas construcciones mentales que devienen en reales por la acción de acto de imaginación, y acerca de ciertos ejemplos de realidades edificadas sobre los cimientos de la abstracción, señaló la importancia de la música, no sólo en el resto de su producción, sino en esta obra en particular. “Quería escribir una novela donde hubiese una tienda de música”, añadió. Mencionó a cantantes y grupos que o bien le han acompañado durante la escritura, o bien aparecen entre las páginas de la obra.
Sin pretenderlo o no (con este escritor nunca se sabe) afirmó que “a veces una canción en concreto te salva el día”. Lo mismo que había dicho acerca de la visita de Magie Anderson cuarenta minuto antes. El inicio de la charla en el final de la misma, casi como un dibujo de M. C. Escher. Después del pertinente turno de preguntas del público, Miguel Córdoba firmó ejemplares de La curación. Ahora queda en manos de los lectores descubrir quién es en realidad Dios, o quién es Magie Anderson. No sé cuál de las dos preguntas es más difícil de responder.