Ayer di un enorme salto para alcanzar el último anaquel de la biblioteca. Tomé un libro y te dije:
-¿Has visto el bote que he pegado?
-Asombroso –contestaste afirmando con admiración.
-¿Crees que fue real?
-Lo has hecho, es real –respondiste.
Volví a saltar, pero esta vez me despegué aún más del suelo y me mantuve durante más segundos en el aire lo que aproveché para dejar el libro en su lugar. Me paseé por la biblioteca a dos palmos del suelo, y poco a poco fui ascendiendo.
-¡Increíble! Pero, ¿cómo lo haces? –me dijiste mientras me mirabas como un borracho a una botella.
-No lo sé – te respondí. Acerqué una mano y la cogiste, y te dejaste despegar del suelo. Y salimos por el gran ventanal, volando como los helados en mi congelador en pleno mes de agosto. Me miraste como Superman a Lois Lane:
-¿Adónde vamos?
-A las islas griegas – te contesté.
Desde arriba, Santorini parecía la Atlántida recuperada, los cruceros navegaban en paz cuajando de estelas el divino Egeo y seguías mirándome. Luego, desperté y comprendí que nunca me quisiste, y uní mis manos y comencé una pequeña oración.
Say a little prayer
Viajes Imaginados, blog de Eugenia Carrión