Quien ha tenido la suerte de alcanzar, la libertad de la
razón-aun en cierta medida-, no tiene por menos que
sentirse un caminante.
El buen caminante, sentirá con alegría e interés el mirar
con los ojos bien abiertos lo que tiene a su alrededor,
de ese modo, podrá guardar esas sensaciones en su
mochila, compañera inseparable de viaje.
El buen caminante, es preciso que tenga alma de vagabundo
y gran entereza, para evitar atar su corazón a cualquier
situación.
En su interior, anida una fuerza muy grande, que le obliga
a cambiar de paisaje con frecuencia. Pasará alguna que otra
mala noche, pues cansado de caminar, llegará tarde a la
ciudad encontrando la puerta cerrada que le permita
lograr su descanso.
Pero dada su condición de luchador nato, se limitará a
esperar el nuevo amanecer, para proseguir con la misma
ilusión su deseado periplo.