Sin sentido deambuló todo el día, hacía tiempo que rondaba su cabeza aquella idea pero hasta el momento no había sido capaz de hacerlo.
Cuando la maquinaria del destino se pone en marcha ya no se puede parar, continúa su trayectoria hasta donde deba llegar, sin importar el momento, el tiempo o las personas.
Él lo sabía, la eternidad parecía ser la reina de su vida en aquel preciso instante.
Su rostro cansado, incluso pálido, algo contrariado captaba la atención de todos aquellos que se cruzaban en su camino.
La llovizna consiguió embarrar el empedrado paseo, tiznando sus pantalones color crudo con gotitas de barrillo resbaladizo que se impregnaba en sus mocasines casuales.
Aquello, lejos de obligarlo a girar sobre sus talones para dirigirse a casa a descansar, después de tantas horas pasadas a la intemperie, le retenía más aún.
Nada más lejos de la realidad, era su sueño, ¿Por qué debía renunciar a él?
El cansancio, la ausencia casi total de horas de descanso, podía leerse en sus ojos que hundidos en los surcos de las profundas ojeras se aletargaban.
Se detuvo unos breves minutos frente a un escaparate, algo captó su atención, para a continuación, sin demora, girar sobre sus pasos y con decisión abordar la estrecha avenida que minutos antes había dejado atrás.
Estaba restringido el paso de algunos vehículos a motor, no era de extrañar, imposible su acceso por aquellas estrechas callejuelas.
Aun así, una moto le arrolló, estaba absorto en sus pensamientos, no la vio llegar, ni tan siquiera la escuchó, ya daba igual, la maquina se paró sin más,
La decisión había sido tomada.
Marijose.-