Por Raquel Paricio.- Ayer, 10 de octubre del 2017, Cataluña podía haber conseguido el sueño que generación tras generación durante más de 300 años viene reclamando como derecho de un pueblo, de una cultura.
Aquello que parecía un futuro lejano se ha acelerado y hoy podía haberse hecho realidad, pero las condiciones no lo han permitido. No ha habido apoyo. La petición masiva ha sido la de optar por el diálogo y no proponer una Declaración Unilateral de Independencia (DUI).
El presidente Puigdemont, en contra del resto de partidos independentistas, ha hecho caso a estas voces, sobretodo al consejo del presidente Europeo Donald Tusk, priorizando el diálogo y postergando la declaración de independencia después de declarar un Sí a la independencia.
En un clima de tensión desde las votaciones y las agresiones del 1 de octubre, el pueblo catalán hoy temía que la situación desembarcase en una posible catástrofe. No era suficiente haber votado Sí, ahora la resolución al Sí, podía conducir a reacciones del estado español de grave calado, como la aplicación del artículo 155, en que Catalunya podría perder su autonomía. A ello se le sumaba la decisión de las principales empresas y entidades bancarias que ya han empezado a trasladar sus sedes fuera de territorio catalán.
Las colas en los bancos desde hace tres días, agravan la situación entre la población, que de nuevo, y como ya sucedió en los momentos más graves de la crisis, ven peligrar sus ahorros.
La situación vivida estos diez últimos días ha sido de angustia, porque la falta de apoyo y de mediadores ha sido nula. Temor al ejército, temor a posturas extremas violentas, temor a actitudes fascistas, temor a empobrecerse y perder los ahorros, temor a un futuro incierto.
El mapa social ha quedado dibujado con tres perfiles: el independentista, el españolista y el que sin bandera y vestido de blanco reclama el diálogo. Ante esta situación, ceder ha sido el discurso más inteligente, retroceder antes que oponerse a una gran fuerza; pedir diálogo antes que responder con resentimiento.
En esta esperada declaración, que desde primea hora de la mañana ya tenía los helicópteros sobrevolando el Parlament y un efectivo de más de 1.000 periodistas acreditados y que se ha retrasado por los cambios de última hora, aumentando más la tensión ciudadana, el presidente de Catalunya ha recordado el anhelo del pueblo catalán:
“El pueblo de Catalunya reclama, desde hace años, desde hace muchos años, libertad para decidir, es muy sencillo, y a pesar de ello, no hemos encontrado interlocutores, en el pasado, ni los estamos encontrando ahora en el presente. No hay ninguna institución del estado que se abra a hablar de la demanda mayoritaria de este Parlamento y de la sociedad catalana. La última esperanza que podía quedar era que la monarquía ejerciese el papel de árbitro y moderador que la Constitución le atribuye, pero el discurso de la semana pasada confirmó la peor de las hipótesis”.
Y tras un largo contexto en el que ha apelado a la democracia y a la paz, ha hecho su declaración de independencia:
“Llegados a este momento histórico, y como presidente de la Generalitat, asumo, en presentarles los resultados del referéndum, delante de todos ustedes y delante de nuestros conciudadanos, el mandato del pueblo que Cataluña devenga un estado independiente en forma de república”.
Acto seguido y después de entusiasmados aplausos, el presidente ha continuado con la suspensión de la independencia:
“Esto es lo que hoy hacemos, con toda solemnidad, por responsabilidad y por respeto. Y con la misma solemnidad, el Gobierno y yo mismo, proponemos que el Parlamento suspenda los efectos de la declaración de independencia, con el fin de que en las próximas semanas iniciemos un diálogo, sin el cual no es posible llegar a una solución acordada. Creemos firmemente que el momento pide, no sólo la desescalada en la tensión, sino sobretodo, la voluntad clara y comprometida para avanzar en las peticiones del pueblo de Catalunya, a partir de los resultados del 1 de octubre, resultados que tenemos que tener en cuenta, de manera imprescindible, en la etapa de diálogo que estamos dispuestos a abrir”.
Con estas palabras, en un discurso en el que han comparecido los principales políticos representantes del Parlament, el pueblo catalán que anhela la independencia, queda dividido entre el sueño no conseguido de un derecho legítimo y el acato a la situación de alto riesgo a la que se exponía si declaraba una independencia unilateral.
Catalunya inicia una posible etapa de diálogo, esperando que la evolución histórica donde los pueblos acontezcan su derecho a decidir pueda mediar un diálogo donde las raíces históricas y culturales se sobrepongan a los devastadores efectos de la economía demoledora.