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lunes, diciembre 30, 2024

Comentario añadido al audiovisual “Películas de violencia contra los hombres.”

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Introducción:

Este texto ha sido presentado previamente en mi página de You tube como audiovisual en dos mitades que complementaba la base fotográfica de otro audiovisual en dos partes titulado “Películas de violencia contra los hombres” cuyo texto íntegro ha sido tomado de un artículo mío del mismo nombre aparecido en este periódico en el año 2013. Por ese motivo adjunto la dirección del audiovisual “Películas de violencia contra los hombres”.

Y el link al audiovisual de este largo comentario añadido que se presentará después de esta introducción en su forma de artículo escrito:

Aprovecho también a pasar el link de mi página de Youtube. Espero que los lectores amigos de la cada día más frecuente crítica contra los abusos hembristas y la reivindicación por los derechos de los hombres como elementos clave del desarrollo de una igualdad coherente, bien intencionada y equilibrada entre los dos sexos, valoren y disfruten el contenido de mi nuevo proyecto en You tube.

Comentario añadido al audiovisual “Películas de violencia contra los hombres.”

A colación del amplio recopilatorio de fotografías incluidas en el audiovisual “Películas de violencia contra los hombres” he creído oportuno incluir la siguiente reflexión referida a dos fotografías de este audiovisual, concretamente la once y la veintiocho, especialmente adecuadas para demostrar la enorme crudeza con la que el falsamente igualitario feminismo de género y algunas de sus representantes más significativas manipulan y distorsionan la realidad que les toca padecer a ambos sexos, con el propósito de potenciar una parcialidad injusta en la que la mujer es la única discriminada y el sufrimiento que la sociedad ha causado a los hombres por su rol masculino es obviado e invisibilizado, dentro de la errada y tramposa retórica hembrista.

La foto número once del documental “Películas de violencia contra los hombres” es una instantánea de la Primera Guerra Mundial en la que un grupo de hombres se lanzan al asalto contra una posición enemiga en medio de un contraataque con gases. La fotografía capta con gran dramatismo y dureza como uno de ellos, que no había tenido tiempo de colocarse la careta antigas para protegerse, se lleva la mano a la garganta justo en el momento en que los gases tóxicos comienzan a matarlo. Esta imagen fue censurada en su época ante la opinión pública por considerarse excesivamente cruel y desmoralizadora. Apareció posteriormente junto a otras fotos censuradas durante la Gran Guerra en el libro titulado: “The military censorship of pictures” en castellano “la censura militar de fotografías”.

Conviene subrayar en este caso que estos soldados eran estadounidenses, lo que me lleva inevitablemente a recordar la declaración de la hembrista Hillary Clinton afirmando que: “Women have always been the primary victims of war. Women lose their husbands, their fathers, their sons in combat.” Traducido al castellano: “Las mujeres han sido siempre las víctimas principales de las guerras. Las mujeres pierden a sus maridos, a sus padres, a sus hijos en el combate.”

Bien, está claro que el sacrificio de este hombre dando la vida por los intereses de su país y comunidad es algo que en la visión hembrista de la realidad que tiene Hillary Clinton debe recibir un valor mínimo, ya que aliena a los hombres soldados masacrados en las guerras al tratarlos como simples objetos o posesiones de las mujeres de su entorno, y cuyo sufrimiento personal sólo debe considerarse en referencia a estas mujeres. Es decir, esta sexista considerada por los defensores del feminismo de género como un ejemplo de luchadora por la igualdad ve a los hombres como seres de un valor inferior, desde el momento que considera su sufrimiento como una parte del de las mujeres con las que mantienen un vínculo, o sea, las mujeres que sufrirían en caso de que ese hombre sufriese. Eso, o intenta ocultar el sufrimiento masculino al resaltar de forma demagógica el dolor que las mujeres sufren como consecuencia del gravísimo daño padecido por los hombres en las guerras.

Cualquiera de estos planteamientos convierte a los hombres en seres humanos de segunda  categoría respecto a las mujeres, y les margina de un modo repugnante, ya que les niega la posibilidad de que sus discriminaciones reciban la atención que merecen al quedar siempre supeditadas a la experiencia que las mujeres puedan tener sobre las mismas. En esencia Hillary cosifica a los hombres como una posesión de las mujeres. Incluso frente a situaciones de máximo perjuicio masculino para ella es más que prioritario el dolor de la mujer. Para esta ultrafeminista la mujer es más persona y merece más atención, y siempre va por delante incluso cuando quienes ocupan el primer lugar frente al dolor recibido sean los hombres. Y son hembristas como ella las creadoras de la gran estafa misándrica y sexista que es el feminismo de género.

Hillary Clinton no menciona el dolor en el hombre, sólo es sensible al impacto de ese dolor en una mujer que pueda sentirlo como propio al tener vínculos emocionales con el hombre dañado, aunque siempre vaya a sufrir y perder menos que los hombres maltratados física y psicológicamente tras ser heridos o muertos en el campo de batalla. ¿Qué pasaría si un hombre solitario muriese en combate? ¿O uno soltero, huérfano de madre, sin hermanas y que no haya tenido hijas? ¿Qué nos diría la hembrista Hillary sobre su desgracia? Poco nos ha dicho, porque para ella el dolor del hombre es secundario a los intereses femeninos. El hombre está pues claramente discriminado en su estólido esquema mental.

Y no nos engañemos, a muchas feministas radicales el padecer de los hombres y sus discriminaciones sexuales no sólo no les importan, sino que además deben ocultarlo ruinmente o camuflarlo con demagogias como la anterior u otras todavía peores, ya que si se tomase conciencia de cómo los hombres han sido también las víctimas de graves discriminaciones que la sociedad les ha reservado en base a su sexo y les ha evitado a las mujeres, estarían siendo contradichas públicamente, tal y como las contradicen los hechos reales en mil y una ocasiones como la aquí mencionada, desmontando la falsa premisa de extremos separados y enfrentados en la que basan una buena parte de su ideología mal hecha: a saber que la mujer debe monopolizar la condición de víctima oprimida y ser hombre equivale a ser un privilegiado, un opresor o ambas cosas a la vez.

Por eso Hillary y sus acólitos nos manipulan lavándonos el cerebro, colonizándonos y agrediéndonos mientras nos contaminan con una falsa visión del mundo diseñada para perpetuar nuestras discriminaciones, sosteniendo cínicamente que esa situación de femicentrismo y misandria que potencian de un modo tan descarado es toda la igualdad deseable o a la que debemos aspirar. Por eso tenemos que plantar cada día más cara a cualquier abuso hembrista y fortalecer al máximo nuestro movimiento masculinista y en defensa de los Derechos de los Hombres. Para terminar con cualquier abuso antivarón. Aunque sólo sea para hacer justicia con hombres muertos tan espantosamente como el de la imagen e intentar evitar que algo así vuelva a repetirse.

No en vano, alcanzando el colmo de la incongruencia y la hipocresía, la hembrista Hillary Clinton se ha permitido utilizar en su carrera política el lema “no hay excusa para la violencia doméstica” a pesar de que ella misma abofeteó al hombre con el que se había casado cuando se confirmó la infidelidad que este cometió con Mónica Lewinsky. Añadir que otros casos de malos tratos y abusos debidos a celos y ejercidos por Hillary en la pareja han sido citados por biógrafos y conocedores de la vida íntima del matrimonio Clinton.

Así de generoso es el privilegio de una hembrista, que le permite contradecirse y hacer lo que le dé la gana mientras adopta una actitud inquisitorial y autoritaria desde la que aplicar normas rígidas a los demás, que ella misma es la primera en no respetar. Y a pesar de esto muchos de los medios de comunicación oficiales acostumbrados a detectar y criticar el machismo a la más mínima han pasado por alto lo sucedido, y no nos han explicado hasta el extremo de despertar la indignación colectiva en su contra por qué Hillary Clinton representa un ejemplo tan rotundo de sexismo. Sólo unos pocos articulistas concienciados con lo que debería ser un concepto honesto de igualdad como el activista por los Derechos de los Hombres Glenn Sacks nos ilustraron sobre las claras trampas y contradicciones de Hillary, concretamente en su artículo del año 2002 titulado “There is a batterer in the United States Senate? ” en castellano “¿Hay una maltratadora en el Senado de los EEUU?”. Si Glenn Sacks no hubiese tenido la valentía y la iniciativa de escribir este artículo, el suceso se hubiese pasado por alto como si nada hubiese sucedido. Afortunadamente las voces disidentes con el hembrismo cada vez suenan más altas. Por eso podemos y debemos recoger el eco que denuncia los abusos de las hembristas y divulgar a los cuatro vientos su infamia. Esperemos que el acoso y derribo a estas injusticias continúe de un modo creciente e implacable hasta que este modelo de sexismo políticamente correcto sea derrotado.

La segunda imagen que me motiva a añadir un comentario de interés especial es la veintiocho,  el cartel de propaganda del ejército estadounidense diseñado para enviar más hombres voluntarios al campo de batalla. El “Tío Sam” te quiere o reclama en la oficina de reclutamiento más próxima para alistarte en el ejército de los Estados Unidos.

No puedo resistirme a mencionar a tenor de esta imagen como en su libro “La dialéctica de los sexos” concretamente en el segundo apartado titulado “Los cincuenta años de ridículo” del segundo capítulo titulado “El feminismo americano”, Sulamith Firestone, una de las principales ideólogas y creadoras intelectuales del feminismo de género, afirmaba que a las mujeres se las dotó de estatus humano durante la Segunda Guerra Mundial, ya que fueron admitidas al trabajo remunerado en las fábricas en esa época, como consecuencia de que los hombres fuesen enviados a combatir en Europa y el Pacífico, situación que ocasionó un descenso de la mano de obra masculina disponible. Literalmente: “En la década de los cuarenta una nueva guerra atrajo las preocupaciones de todos. Las frustraciones personales quedaban oscurecidas temporalmente por el espíritu del Esfuerzo Bélico-el patriotismo y la conciencia de la propia superioridad, intensificados por una omnipresente propaganda militarista, fueron la droga adormecedora del momento. Los hombres, además, se encontraban lejos; más aún, sus sillas de mando se encontraban vacías. Por vez primera en muchas décadas, las mujeres obtenían empleos dignos. Necesitadas al máximo y de forma sincera por la sociedad, se les concedía temporalmente estatus humano-en contraposición a su estatus de mujer. (En realidad, las feministas se ven obligadas a acoger las guerras con agrado, por ser ellas su única oportunidad)”

Obviamente los hombres según ella no estaban siendo privados en ningún momento de su estatus humano y de su dignidad como personas, al menos no lo mencionó,  al ser enviados a morir al campo de batalla y presionados por el gobierno mediante la propaganda militarista y carteles como el aquí expuesto en los que el “Tío Sam” les reclamaba para jugarse la vida y perderla en defensa de los intereses de su país, empleando para ello armas y municiones creados en las fábricas estadounidenses, fruto de una concentración productiva orientada a la guerra de la que formó parte el conjunto de la sociedad, incluidas las mujeres a partir del momento en que ellas fabricaron también ese armamento, aunque no se las requiriese para alistarse y arriesgarse a morir en el campo de batalla utilizando dicho material, y su contribución a la lucha resultase mucho menos arriesgada que la que se reservó e impuso a los hombres a través del reclutamiento forzoso tanto en la Primera como en la Segunda Guerra mundial.

Nuevamente se pone en evidencia la parcialidad y la visión egoísta de una buena parte del análisis feminista, el cual por lo menos hasta la fecha no ha sabido filtrar ni su femicentrismo ni su misandria, y ha hecho caso omiso de las discriminaciones que puedan sufrir los hombres en casos en los que rápidamente y sin titubeos las feministas sí denunciarían la discriminación femenina. Esto es grave, ya que invalida en buena medida al feminismo para comprender los problemas de los dos sexos. Pero a pesar de ello es desde la evolución del feminismo radical hasta el feminismo de género que se está cometiendo el grave absurdo de querer crear una igualdad que las hembristas ni desean, ni conciben, ni entienden.

Sorprende más todavía que Sulamith Firestone se mostrase tan fría ante el sufrimiento masculino cuando hablamos de hombres muy jóvenes que fueron masacrados al arriesgar sus vidas para defender su nación y el bienestar de sus compatriotas, enfrentando a varios de los peores canallas y tiranos que han existido, como por ejemplo los nazis, capaces de causar un daño incalculable a millones de personas, incluido el genocidio de cerca de 6 millones de judíos en ghettos y campos de concentración, y cuya maldad podría haberse multiplicado y trastocado a peor la historia del conjunto de la Humanidad de no habérseles parado los pies mediante el sacrificio de estos jóvenes hombres soldado, quienes asumieron esta dura carga evitándosela precisamente a varias de las ideólogas feministas anteriores a Sulamith Firestone, las cuales proveyeron a esta autora de una parte del bagaje intelectual que le permitió desarrollar su obra.

Los nazis eran una seria amenaza que debía resolverse mediante su implacable derrota militar, de lo contrario el mundo se habría convertido en un lugar muchísimo más peligroso para la mayoría de sus habitantes, incluidas las mujeres, que son el exclusivo grupo humano y sexual que de veras importa a muchas feministas, puede que incluso las únicas que importaban a Sulamith Firestone. A pesar de esto ella ni reconoce, ni agradece, ni suma a la deuda de las atrocidades y brutalidades que la discriminación sexual masculina causa a los hombres el que muchos varones estadounidenses, se calcula que unos 220.000, perdiesen sus vidas para vencer a Hitler.

Esta gran luminaria del movimiento feminista y reivindicadora de fama mundial supuestamente experta en discriminaciones por razón de sexo no se paró a pensar en la perdida de estatus humano y dignidad, más aún en el grave atentado contra su integridad personal, que supuso el que estos hombres fuesen enviados al frente para matar o morir.

Peor todavía, al afirmar que “las feministas se ven obligadas a acoger las guerras con agrado, por ser ellas su única oportunidad” quedan dudas sobre si era capaz de empatizar lo más mínimo con los horrores soportados por los hombres enviados al frente. Como el que sufrió el soldado estadounidense asfixiado por los gases cuando la intervención de los EEUU en la Primera Guerra Mundial decidida por el presidente Woodrow Wilson se consideró un paso necesario y definitivo para desbloquear un conflicto que estaba provocando una carnicería al mismo tiempo que destruía una buena parte de Europa. Es decir, una inmolación atroz e inevitable si se deseaba acabar con el ya largo sufrimiento de millones de hombres y mujeres europeos. Y esta decisión de las altas esferas vistió de soldado a un hombre y lo trasladó desde su país al campo de batalla, donde encontró la muerte con los bronquios y pulmones destrozados por los gases tóxicos, en una agonía que la fotografía ha inmortalizado y nos debe hacer reflexionar a los varones sobre nuestro rol histórico y la necesidad de un mejor futuro para nuestro sexo, resultado de la necesaria liberación masculina, que debemos desear, reflexionar y crear lo antes posible.

Dado el sufrimiento espantoso vivido en el campo de batalla la frase de Sulamith resulta inhumana, chocante o como mínimo poco reflexionada. O sí estaba lo suficientemente pensada prueba que para esta autora el malestar de los hombres es irrelevante y que su modelo de feminismo está enraizado en una misandria que lejos de terminar en la igualdad sólo puede conducirnos al privilegio femenino. Añadir que las guerras también causan un sufrimiento inmenso a las mujeres, razón de más para preferir los tiempos de paz y no compartir su criterio de acoger las guerras con “agrado”. Pero influenciada por sus circunstancias vitales existen razones para que Sulamith Firestone pasase este punto por alto. En comparación con su inmensa destructividad en Europa las dos guerras mundiales apenas afectaron al territorio nacional estadounidense y el daño sufrido por la población civil de este país fue casi insignificante. En segundo lugar los enviados al frente a combatir fueron hombres en su inmensa mayoría, y ya hemos podido comprobar como es muy probable que el dolor masculino careciese de importancia para esta pensadora.

Firestone también demuestra ser ignorante o injusta al afirmar que las guerras son la única oportunidad para las feministas, ya que éstas han avanzado y mucho sus programas en tiempos de paz. De hecho el feminismo es uno de los movimientos sociopolíticos que ostentan actualmente mayor poder tanto a nivel nacional como internacional. Está perfectamente apoltronado en buena parte de los países occidentales, y por propia tendencia no deja de acaparar más medios, respaldos e influencia, incluso en las vidas de aquéllos que lo consideramos encubridor de grandes injusticias, parcial y equivocado en muchos de sus planteamientos, además de corrompido por una fuerte misandria y un femicentrismo que convierte a las mujeres en personas de primera respecto a los hombres. Básicamente un movimiento defectuoso, sexista y preigualitario, incapaz por sí mismo de generar igualdad de derechos y oportunidades para los dos sexos o de erradicar las discriminaciones que les afectan, tanto a nivel teórico como práctico, y lo que es más grave y definitivo aún, de simples intenciones. Y todo lo mencionado se agrava considerablemente por la ausencia de una crítica bien organizada que se le oponga. Pero desmintiendo la idea defendida por Sulamith Firestone de que las guerras son la única oportunidad para las feministas puede decirse que el sufragio femenino se otorgó por vez primera en Nueva Zelanda en el año 1893, siendo el periodo que va de 1870 a 1914 uno de los menos belicosos de la Historia.

Curiosamente el hundimiento del Titanic en el año 1912 también coincidió con esta época sin guerras. Y en ese momento de paz mundial, el patriarca con mayor autoridad en el barco, el capitán Edward John Smith, aplicó el protocolo de “las mujeres y los niños primero” sacrificando su vida y las de los demás hombres privilegiados y opresores para salvar las de las mujeres, supuestamente vistas como esclavas o siervas por los hombres dentro de la sociedad patriarcal que tan maniquea como inhábilmente han definido las hembristas. De hecho el grupo que más se salvó en porcentajes durante el hundimiento del Titanic, incluso por delante del de los niños, fue el de las mujeres. Comparando por sexos murieron un 25% de mujeres frente a un 82% de hombres,  y las últimas palabras que según los testigos salieron de la boca del capitán Smith fueron: “Bien chicos, procurad lo mejor para las mujeres y los niños, y sálvese quien pueda”. Y refiriéndose a los miembros de la tripulación que aún quedaban a bordo al terminar la evacuación, en una situación en la que cualquier esperanza de supervivencia resultaba remota, dijo también “Ahora cada hombre por sí mismo”.

Estas acciones demuestran que para el capitán Edward John Smith las mujeres valían más que los hombres. Incluso las mujeres a las que no conocía de nada valían más que hombres con los que había compartido trato personal directo al ser sus compañeros de trabajo, y a los que conocía de tú a tú. Pero la sociedad de su época le había inculcado el deber masculino de dar la vida por este privilegio femenino, y así se condenó a sí mismo a morir ahogado en las heladas aguas del Atlántico. Y los hombres que se le subordinaban, lejos de amotinarse y rebelarse contra esa orden que les costaría la vida, también aceptaron resignadamente irse a pique con el barco reservando los botes salvavidas para las mujeres. Así que para ellos la vida de las mujeres también valía más que las suyas. Algunas hembristas insistirán en hacernos creer que los hombres veían a las mujeres como seres inferiores o esclavas, pero entonces no habrían muerto por salvarlas. Eso sólo se explica porque las valoraban y tenían en una altísima estima. Otro fallo más de la ideología feminista, que de infalible tiene poco.

También en el año 1995, un año de escasos conflictos bélicos a nivel mundial, la ONU decidió tras la conferencia de la mujer de Pekín apoyar al feminismo de género internacionalmente, dando a las feministas de género el máximo poder y protagonismo en las cuestiones que definen la igualdad entre hombres y mujeres. Desde ese momento el hembrismo se convirtió en la tendencia dominante. En consecuencia la ONU ha favorecido que las discriminaciones masculinas resulten tan ninguneadas como las han ninguneado probadamente la Sra. Hillary Clinton o una de las principales pensadoras feministas como Sulamith Firestone. Por eso la ONU es cómplice de la discriminación masculina.

Tras tener en cuenta todo lo dicho resulta comprensible que feministas radicales como Robin Morgan defiendan que los hombres no tienen derecho a formar su propio movimiento de liberación argumentando que son la clase privilegiada. Literalmente:

“Y vamos a acabar con una mentira de una vez por todas: la mentira de que los hombres están oprimidos, también, por el sexismo, la mentira de que puede existir tal cosa como un grupo para la liberación de los hombres. La opresión es algo que un grupo de gente perpetra contra otro grupo debido específicamente a una característica “amenazante” compartida por el último grupo-el color de la piel o el sexo o la edad, etc. Los opresores están verdaderamente JODIDOS por ser los amos (el racismo hiere a los blancos, los estereotipos sexuales son perjudiciales para los hombres) pero estos amos no están OPRIMIDOS.

Cualquier amo tiene la opción de retirarse por voluntad propia del sexismo o el racismo-los oprimidos no tienen alternativa-ya que ellos no tienen poder-salvo la lucha. A largo plazo, la Liberación de las Mujeres por supuesto que liberará a los hombres-pero en el corto plazo va a COSTARLES numerosos privilegios, que nadie cede de forma voluntaria o con facilidad. El sexismo NO es culpa de las mujeres-mata a tu padre, no a tu madre.”

Cuando Robin Morgan y otras feministas radicales comienzan negando cerrada y dogmáticamente que los hombres tengamos derecho a nuestro movimiento de liberación están intentando  convencer a la sociedad y a la mayor parte de hombres de esta falacia, de lo contrario no podrían seguir avanzando con su modelo sexista. Este rechazo a la liberación masculina prueba que su punto de partida es claramente no igualitario, ya que la misma hipersensibilidad que demuestran hacia la situación de las mujeres es equivalente a la indiferencia y falta de interés humano que demuestran hacia los problemas de los hombres, por graves que estos sean. Los hombres más a menudo muertos en las guerras o en los accidentes laborales que las mujeres a lo largo de los siglos son un ejemplo de la falta de poder, capacidad de decisión u opresión diferenciada por rol sexual, o sea, discriminación sexual, que han destruido o dañado la vida y felicidad de millones de hombres a los que las hembristas califican como privilegiados, dada su incapacidad para interesarse por el sufrimiento masculino o su ciega adhesión al credo de ignorancia que comparten.

Es absurdo pensar que en la diferenciación de tareas por razón de sexo los hombres pudiesen elegir la mejor parte dejando a las mujeres en la peor posición, ya que ni los hombres ni las mujeres podían imponer sus preferencias a la naturaleza, y por su sexualidad complementaria, por la necesidad biológica básica de la reproducción, a los hombres les correspondió un papel y a las mujeres otro. Y ambos grupos sexuales estuvieron igual de condicionados a aceptar lo bueno y malo que de su función sexual se derivase, obteniendo los dos sexos sus propias ventajas y discriminaciones, haciendo a los dos sexos privilegiados y oprimidos.

Al mismo tiempo ambos sexos han influenciado la forma de ser del sexo complementario, ya que les convenía ejercer lo mejor posible el rol que a partir de su adaptación recíproca les correspondía. Cuanto más eficientemente se adaptaban a este rol más valiosos resultaban. De esta manera los dos sexos se hacían el uno al otro. Hasta cierto punto con sus preferencias y necesidades los hombres hacían y hacen a las mujeres y las mujeres hacían y hacen a los hombres.

Por eso los hombres tuvieron que aprender a defender sus comunidades y enfrentarse con otros hombres que defendían las suyas o buscaban recursos para las mismas, y de ahí derivaron las guerras y la educación para la competencia extrema entre varones. A los hombres se les adiestró para competir y enfrentarse, motivo por el que todavía no han sido capaces de trabajar como grupo sexual unido para alcanzar su liberación. También les correspondió aventurarse en entornos nuevos y peligrosos, lejos del calor del hogar y el más protegido y afectuoso núcleo doméstico, razón por la que se incluyó en su modelo de socialización la vinculación de lo masculino al riesgo y se les educó desde su infancia para hacer los trabajos más peligrosos e incluso considerar este estoicismo ante el peligro como un rasgo lógico y deseable de la masculinidad, a pesar de que estaban jugándose la vida, como lo demuestra el hecho de que tanto en el pasado como en la actualidad los hombres sufran la mayor parte de las muertes y accidentes en el puesto de trabajo. En estos aspectos ellos han sido los oprimidos y discriminados y las mujeres las privilegiadas. A partir de aquí también existe un derecho a la reivindicación masculina.

Pero si a pesar de estas explicaciones y ejemplos Robin Morgan y otras hembristas similares siguen insistiendo en castigar a los hombres por todo lo que ven mal dentro de su insustancial concepto del patriarcado, que sean mínimamente ecuánimes u objetivas y recompensen a los hombres por todas las aportaciones positivas que hicieron para el avance del conjunto de la Humanidad, en múltiples y diversas áreas del progreso, mientras las mujeres se mantenían al cuidado del entorno familiar y doméstico. En realidad, cuando observamos los defectos de enfoque y análisis de las hembristas casi siempre aparece una fundamental misandria que los explica y da sentido, para nada un deseo honesto de hacer justicia o crear armonía o igualdad entre los dos sexos.

En resumen, llamar a los perjuicios sufridos por los hombres en el reparto de roles machismo o resultado del machismo, o sea de una situación de ventaja y privilegio para los hombres, es bastante injusto, ya que ésta fue la situación a la que llegaron de forma primera ambos sexos al adaptarse el uno al otro, como una condición para la supervivencia de nuestra especie.

Otra cita de Robin Morgan es la siguiente:

“Mi piel blanca me asquea. Mi pasaporte me asquea. Son las señales de un privilegio insoportable comprado al precio de la agonía de otros. Si pudiese despellejarme de adentro hacia fuera sería feliz. Si pudiese formar parte de los oprimidos sería libre”

Esta frase es bastante contradictoria e incoherente, ya que de entrada está reconociendo que es en muchos aspectos una privilegiada.  Y si seguimos su mismo criterio este argumento aplicado al grupo humano al que Robin Morgan pertenece define como privilegiadas a las mujeres blancas de las sociedades del primer mundo, esas sociedades a las que tanto han recriminado las hembristas. Resulta más absurdo todavía que afirme que de ser una oprimida sería libre. Al fin y al cabo se supone que lo es, ya que las mujeres son las grandes oprimidas según su opinión. Pero ahora está admitiendo que el supuesto patriarcado en el que ha vivido también le ha dado muchas ventajas, en comparación al modo de vida de otras personas que viven muchísimo peor que ella.

Planteado así el balance de los privilegios no resulta nada claro. ¿Podría un minero pobre varón de un país del tercer mundo, gravemente enfermo de silicosis, reclamar a Robin Morgan por sus privilegios? ¿O podría contestarle ella con toda su crudeza que el amo es él, por el simple hecho de ser un hombre, y por ese privilegio de ser el amo está JODIDO de los pulmones? Y si este hombre antes de morir prematuramente reclamase por sus privilegios a su esposa que le sobrevivirá muchos años, ya que él se destrozó la salud para sacar adelante a su familia ¿estaría planteando una queja injusta? Se me ocurren más casos ¿podría un hombre nacido en una familia de escasos recursos reclamar por sus privilegios a una mujer nacida en una familia rica de su mismo país? ¿O una mujer nacida en una familia pobre reclamarle a otra mujer de familia rica? También podemos trasladar la visión feminista al pasado histórico. ¿Podría un campesino pobre de la Francia absolutista reclamar a María Antonieta por sus privilegios, o debería pedirla perdón a pesar de estar vestido con harapos y muriéndose de hambre y frío, mientras ella comía manjares exquisitos y vestía con sedas y joyas en medio de los lujosísimos salones de Versalles, sólo porque ella era una mujer y él un hombre? O un legionario romano agonizando en la frontera germánica tras enfrentar y detener una invasión bárbara. ¿Debería antes de morir pedir disculpas con su último aliento por sus ventajas masculinas a un grupo de patricias que charlasen y tomasen el sol relajadamente, en la comodidad y seguridad del jardín de su villa?

Además si Robin Morgan quisiese dejar de formar parte de ese privilegio que tanto la asquea lo tendría fácil: bastaría con que donase sus bienes a una sociedad benéfica y se marchase a vivir a un país del tercer mundo. ¿Al fin y al cabo no había dicho ella misma que: “Cualquier amo tiene la opción de retirarse por voluntad propia”? ¿Por qué no lo hace entonces? Quizás esta privilegiada ama sus privilegios demasiado como para ser consecuente con lo que dice.

Lo único que Robin Morgan demuestra al intentar negarnos a los hombres la opción a organizarnos por nuestros derechos, haciendo lo mismo que hacen las mujeres, es su total incapacidad para reconocer desde su limitado marco de pensamiento las discriminaciones masculinas, junto con su imposibilidad de avanzar más allá de este punto hacia una auténtica igualdad.

Por eso, por la acción de gente como ella, ha existido el Ministerio de la Mujer y no el Ministerio del Hombre. Por eso existe un día de la mujer y no existe un día del hombre. Por eso existen las carreras o marchas populares de las mujeres y no existen las carreras o marchas populares de los hombres. O existen centros para mujeres maltratadas y no los hay para hombres maltratados o expoliados tras un divorcio. Por eso, en fin, la mujer es un tema de importancia notable y creciente a nivel nacional e internacional, con todos los apoyos y ventajas que de esto se derivan, y los hombres no; porque el modelo establecido no es válido, no sirve, el resultado actual y predominante del feminismo ha fallado al hacer igualdad. Las hembristas como Hillary Clinton y Robin Morgan han estafado a la sociedad al lograr apartar de cualquier consideración los problemas que se han reservado de un modo preferente a los hombres por ser hombres. Y desde este escenario arbitrario y unilateral es fácil decir “más feminismo hace falta”. Cuando sólo miramos y vemos los problemas de las mujeres es inevitable pensar así. Más aún, desde este planteamiento hembrista la demanda no tiene límite, ya que al no comparar el sexismo antimujer con el sexismo antivarón siempre parecerá que la deuda con las mujeres es infinita.

Pero si las mujeres tienen problemas laborales los hombres también, ya que la mayor parte de los accidentes en el lugar de trabajo mortales o graves son sufridos por varones, y desde hace ya varios años la mayoría de los contratos se están dando a mujeres en numerosos países occidentales, incluida España. Si las mujeres sufren violencia doméstica los hombres también, ya que los estudios científicos realizados al respecto como el informe Dunedin o el Pask demuestran que ambos sexos ejercen y sufren ratios muy similares de violencia física y psicológica en la pareja. No sólo eso, informes serios y solventes han cuantificado que incluso en las parejas homosexuales, incluidas las de lesbianas, el maltrato físico y psicológico ejercido es muy similar al vivido en la pareja heterosexual. Debe mencionarse también como parte del perjuicio sufrido por los hombres en la relación heterosexual que tras el divorcio o separación de una pareja con hijos su situación suele ser bastante peor que la de las mujeres. Si las mujeres son despreciadas con tópicos misóginos los hombres igual o peor, ya que la misandria cultural se ha convertido en un fenómeno de masas y aunque el feminismo lleva décadas impulsando un proceso de empoderamiento femenino cuyo propósito es fortalecer a las mujeres a nivel individual y grupal para aumentar su autoestima y éxito social, no existe un proceso de empoderamiento masculino similar pensado para alcanzar el mismo resultado con los varones.

A decir verdad los hombres tenemos derecho y buenas razones para pensar que en este modelo que ignora recurrentemente todos estos graves problemas masculinos no hace falta más feminismo, que ya hay feminismo de sobra, dotado de suficientes medios, respaldo, influencia y poder, pero que sí que hace falta muchísimo más masculinismo, más lucha por los Derechos de los Hombres.  Y por eso vamos a hacer masculinismo ahora. Ahora nos toca a nosotros, aunque a algunas no les guste.

Así que poco debe importarnos lo que sea de Robin Morgan. Lo fundamental es que ahora nos toca a nosotros poner en marcha nuestro movimiento como grupo sexual unido para avanzar más allá de dónde nos encontramos y comenzar a preocuparnos por los hombres víctimas de las discriminaciones masculinas. Como el soldado de la fotografía muerto por los gases hace ya un siglo. Esta necesaria y aún por desarrollar labor altruista, humanitaria, cambiará el mundo a mejor y nos sacará de una época de fanatismo e ignorancia, permitiéndonos alcanzar formas de entendimiento y convivencia más nobles y elevadas.

 

 

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