Para quienes nacimos antes del uso masivo de los computadores, lo ocurrido ayer en más de 70 países, semejaba a una película de ciencia ficción.
Primero fueron los hospitales del Reino Unido y casi simultáneamente la empresa Telefónica de España y el Ministerio de Interior ruso, para seguir con muchas otras compañías, especialmente bancos, distribuidos a lo largo de todo el planeta, que resultaron hackeados fruto de un masivo ataque cibernético que secuestró las carpetas de archivos instalados en las memorias computacionales, gracias a un virus llamado “ransomware” que, tal como su nombre en inglés lo indica, solicitaba un rescate monetario para liberar los archivos mantenidos como rehenes.
¿Desde cuándo se secuestran y mantienen como rehenes unos archivos digitales?
Hay que reconocer que estamos viviendo tiempos vertiginosamente acelerados, en los que cada cosa que sucede en un lugar, afecta a la globalidad del planeta. Es un tiempo histórico en el que vamos de sorpresa en sorpresa, advertimos que se concreta lo increíble, se multiplican los hechos inesperados, crece la incertidumbre y aumenta la violencia en todas sus formas. Ante ello, no deja de resultarnos abismante la distancia entre lo que creemos, eso que damos por cierto, y los hechos que van chocando fuertemente con dichas creencias, poniéndolas en jaque.
Tenemos la sensación de que una amenaza mundial, llevada a cabo mediante un virus computacional, evidencia sobretodo la fragilidad del mundo que hemos construido, cada vez más dependiente de las intenciones de un par de locos, tremendamente hábiles, que no miden las consecuencias de sus actos en otros seres humanos.
Porque ayer hubo muchos que no pudieron someterse a la cirugía que debían efectuarse, enfermos que tuvieron que postergar sus tratamientos, gente que padecía dolor sin que los médicos pudiesen atenderlos.
Afortunadamente no se hackearon más que algunos de los hospitales del Reino Unido, pero la señal de alerta pudo advertirse mundialmente, aunque ninguna infraestructura crítica resultara afectada pese a los 45.000 ataques en 74 países. Los gobiernos reaccionaron como mejor pudieron y también las empresas privadas, buscando revertir los daños de la invasión informática y deteniendo temporalmente el funcionamiento de los ordenadores.
Fueron muchos los mensajes que circularon advirtiendo sobre el peligro de realizar operaciones bancarias, transacciones, pagos, depósitos, etc… desde los computadores, a menos que se utilizara software libre.
Este hackeo, no solamente paraliza momentáneamente a nivel mundial, sino que también evidencia la vulnerabilidad de los servicios más básicos de nuestras sociedades: los de salud, las comunicaciones, el intercambio monetario, el transporte, todos basados en operaciones computacionales hoy por hoy imprescindibles.
Pero además nos pone de manifiesta la distancia entre los paisajes en los que fuimos formados y los acontecimientos que presenciamos. Ese mundo de papel y lápiz, de naciones soberanas, de fronteras… ese mundo se fue y definitivamente nos encontramos en un entramado que resuena al son de lo conjunto, de lo interrelacionado, de lo viral. Como si perteneciésemos todos a una sola civilización mundial, que puede ser afectada – positiva o negativamente – por unos cuantos individuos.