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jueves, noviembre 28, 2024

«Siempre que los expertos avisamos del riesgo de desertificación, llegamos en un mal momento»

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El 80% del territorio español corre riesgo de convertirse en desierto. ¿El principal culpable? El ser humano, contaminando tierra, agua y aire en un punto del planeta en el que escasean las lluvias. Uninforme del Ministerio de Medio Ambiente sobre desertificación nos pone sobre aviso: a finales de siglo, sus efectos serán especialmente duros en el sur, donde ni siquiera las cordilleras béticas se librarán del avance del desierto.

Jaime Martínez Valderrama es experto en desertificación y trabaja en un centro del CSIC, la Estación Experimental de Zonas Áridas, situada en Almería, uno de los puntos más secos de Europa. Valderrama no duda en poner en el punto de mira el cambio climático, la agricultura y el turismo como factores principales de la desertificación en Andalucía.

«La rápida expansión del olivar como consecuencia de suculentos incentivos en forma de subsidios ha transformado el monte mediterráneo andaluz de forma dramática. Los cultivos se han instalado en pendientes inverosímiles, y la obsesión productivista lleva a limpiar de matas y la más mínima brizna de hierba el suelo que separa los árboles», señala.

Mira con preocupación un futuro sobre el que se cierne el cambio climático, pero guarda cierto optimismo ante las iniciativas de aquellos que ven que la tormenta ya ha comenzado.

¿Cuándo pasa un terreno árido a considerarse desierto?

En realidad, no hay umbral crítico para que se considere una cosa u otra. La desertificación es la degradación de la tierra, en su sentido más amplio, ya sea porque el suelo pierde fertilidad o porque un acuífero empieza a degradarse. Esa degradación, cuando ocurre en zonas áridas, decimos que corre riesgo de desertificación. ¿Cuándo se produce? Cuando esa degradación es irreversible a escala humana. Es un suelo que va perdiendo espesor y llega un momento en que no es posible revertir esa dinámica. Cuando se extrae demasiada agua de los acuíferos costeros, esos acuíferos, que tardaron siglos en llenarse, se consideran degradados. Hay una degradación aún más severa: cuando el agua salada invade los acuíferos.

Es decir, el riesgo de desertificación aumenta por tres factores.

Sí, la pérdida de suelo fértil, el deterioro cuantitativo de acuíferos y el deterioro cualitativo de los acuíferos. Cuantitativo porque se vacía el acuífero y cualitativo, porque entra agua salada.

¿En qué lugares de Andalucía ocurre esto?

En Almería, Granada o la Costa del Sol sufren una presión especial por la agricultura y el turismo, que además tiene lugar en el periodo más seco del año y en el que los acuíferos se encuentran más vacíos. Esos acuíferos ya están degradados y no tienen solución. El problema de la erosión está provocado por la expansión del olivar y del almendro, que han logrado que se pierdan toneladas de suelo. Se mantiene la fertilidad de manera artificial y, como el suelo es muy pobre, la producción bajaría muchísimo sin ellos.

¿Se puede decir que la agricultura es víctima y verdugo de estos procesos?

Es verdugo, porque las prácticas extensivas se han fomentado a base de subvenciones de las políticas agrarias europeas, pero también es víctima, porque los agricultores son los primeros en sufrir las consecuencias.

El acuífero de Doñana está sometido a una gran sobreexplotación a manos de los cultivos ilegales de fresa. ¿Es imposible que Doñana se convierta en un desierto?

Hay sitios que parecía imposible que se convirtieran en desierto, pero lo han hecho en muy poco tiempo. Es el caso del Mar de Aral: hace 50 años había barcas de pescadores y hoy esas barcas están varadas en mitad del desierto. Se empezó a sacar agua de los ríos que alimentaban ese mar y lo dejaron seco. El lecho marino quedó al aire y el viento esparció toda aquella sal. Era impensable que eso pudiera ocurrir. Sacar tanta agua de golpe crea problemas de intrusión marina.

¿Se pueden frenar procesos como esos, que aceleran la desertificación?

Regular los recursos naturales, que son la base de la producción de casi todas las actividades, es muy poco exitoso, porque los políticos tienen un horizonte de cuatro años. No van a hacer algo que de manera inmediata ralentiza el desarrollo económico de una región. Siempre que los expertos avisamos del riesgo de desertificación, llegamos en un mal momento, porque son puntos calientes, lugares en plena efervescencia de crecimiento económico que están cavando su propia tumba.

La tecnología para cavar pozos ilegales es sencilla y barata. ¿Podríamos terminar con un Mar de Aral en Doñana?

Quizás no sea tan drástico y unas especies vegetales sustituirán a otras, pero desde luego hacer eso lleva al desastre. Esta expansión de tecnología barata para hacer pozos está siendo un desastre para todo el mundo, porque haces un pozo de 100 metros y sacas todo el agua que hay allí.

Uno de los efectos de la desertificación son las aguas torrenciales y las inundaciones. ¿Lo estamos viviendo ya?

Es la erosión de las laderas. Tener los suelos desprotegidos, hace que sean mucho más vulnerables ante las trombas de agua, que son típicas de la climatología mediterránea. Ese suelo que se pierde de la agricultura, se recoge en las torrenteras. Cuando el suelo se erosiona, las capas más profundas son más duras y menos porosas, de manera que el agua va cogiendo velocidad y se lleva todo lo que pilla por delante. Eso no ocurre si tienes un campo en buen estado, con el suelo esponjoso, absorbiendo gran parte de esa precipitación, aunque caiga muy rápido. En Europa, las cosas suceden a pequeña escala, pero lo podemos ver a gran escala en Perú, Colombia o zonas del Sudeste asiático. Eso es deforestación pura y dura.

En el proceso de la desertificación, ¿tendríamos por un lado al ser humano arrasando el suelo y por otro, el cambio climático? (también provocado por los humanos)

Sí, la desertificación tiene dos componentes: una es que se da en zonas áridas, donde el clima es bastante variable y rácano (en precipitaciones). La otra causa es la humana: la intensificación de determinados usos en ese contexto árido. El cambio climático le añade mayor variabilidad a un clima variable: las sequías son más extremas y más recurrentes, las trombas de agua son más grandes. Se hace aún más complicado. La gestión debería ser aún más cuidadosa en estas zonas áridas, porque ahora el azar, con el cambio climático, es aún mayor.

¿Y estamos siendo más cuidadosos?

No. Como hay muchas fluctuaciones, en los periodos más húmedos, los sistemas económicos se sobredimensionan y se trata de aprovechar más. Cuando llega la sequía, no se baja el ritmo productivo.

¿Hay alguna razón para el optimismo?

Por un lado, veo iniciativas locales positivas, como la de regantes que se organizan para restringir las extracciones de agua del acuífero. Ven que no pueden sacar más de lo que hay. Pero, por otro lado, ves casos como el cultivo del olivar en Tabernas, donde ha sido un cultivo de secano y escaso. Lo que hacía que ese aceite fuera tan bueno es que fuera de secano. Al hilo de ese éxito, todo el mundo está poniendo olivares de regadío, cosa que es una locura. ¡Cómo vas a hacer un olivar en el sitio más seco de Europa! El panorama es de sobreexplotación de los recursos, pero poco a poco salen iniciativas de una sociedad que parece más concienciada con la naturaleza, porque se dan cuenta de que es la base de su productividad económica.

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