Aguantar la caricia de una desconocida en tu brazo mientras alaba tu piel tersa y negra. Pensar que algo ocurre cuando observas que nadie ocupa el asiento de tu derecha en un autobús repleto de gente. «¿Eres gitana? No lo pareces». Comprar patatas y ver un paquete de Conguitos. «¿Eres de Guinea Ecuatorial? ¿Tus padres son caníbales?». Manos en tu pelo con cara de admiración. «La gente como tú no tiene segundo apellido».
A algunas personas estas frases no les resultarán familiares. Otras, las personas ‘no blancas’, conviven con ellas cada día. A quienes soportan discriminación por sus rasgos étnicos o raciales en España, este tipo de comentarios les recuerdan a un momento que marcó su infancia o provocan la risa de resignación de quien los escucha casi a diario. Más o menos sutiles. Más o menos malintencionados.
En el Día Internacional contra el Racismo, hablan quienes saben de ello. Cuatro personas no blancas relatan a eldiario.es el episodio racista que ha marcado una etapa, una de las últimas actitudes discriminatorias a las que se enfrentaron y el modo con el que luchan contra ellas.
«En esos países son muy maleducados»
Winnie no tarda en encontrar los momentos racistas que permanecen en su memoria. Que le generaron preguntas, pero también culpas: «Cuando pasó, nunca lo relacioné con un episodio racista y concluí: será que soy tonta y no valgo», admite al otro lado del teléfono. Se refiere a un episodio ocurrido durante su adolescencia, en el instituto, delante de sus compañeros de clase.
Estaba en primero de Bachillerato. Un profesor repartía los exámenes y saqué un cuatro. Cuando me lo dio puse cara rara. Me había preparado un montón y soy muy expresiva… Entonces, el profesor me dijo: no sé por qué has puesto esa cara si no vas a ser capaz de sacar ese curso ni vas a poder ir a la universidad… Vas a tener que hacer un grado medio. Yo pensé: «quizá es verdad que no esté capacitada». No supe relacionarlo. Luego, cuando más adelante entré en contacto con más personas afrodescendientes y migrantes, me di cuenta de que es algo común. Se espera mucho menos de ellos, no se les motiva en absoluto y al final tiene sus consecuencias.
No es el único momento que recuerda. «He vivido muchísimos episodios racistas de pequeña sin identificarlos», apunta. Pero estos sí que pasaban factura. Su mente viaja a un autobús en el que se dirigía al parque del Retiro junto a su tía. Tenía nueve o diez años. «Estábamos sentadas en el autobús, que estaba lleno y entró gente mayor, a la que no vimos». Como no se levantaron, empezaron los comentarios despectivos, explica. «En esos países tienen muy mala educación’, decían en voz alta, como si no les entendiésemos por ser negras. No importa que sea española».
Solo tiene que recordar la semana pasada para encontrar el último momento racista. Estaba en el gran comercio donde trabaja y la clienta a la que atendía empezó a acariciar su brazo con admiración y ternura. «Me tocaba como si fuera una mascota. Después de decir que qué piel más suave, le daba la vuelta a mi mano, comentando que la palma era blanca. Me recordó a la época en la que los negros estaban en el circo».
Esta vez no supo reaccionar, pero en su día a día Winnie no suele callar. Desde la EFAE (Empoderamiento femenino afrodescendiente en España), lucha contra el racismo intrínseco en la sociedad. «Ves que es necesario visibilizarnos. Hay que contar que, lo que pasa, pasa por algo. Hay mucha gente que ve normal las discriminaciones del día a día. En cualquier espacio, hay que señalar los episodios racistas para que no se vuelvan a repetir».
«En España la gente no se considera racista, pero lo es», concluye Winnie. «España no es blanca, jamás ha sido blanca. Es multicultural. Siempre que se pueda hay que visibilizar la existencia de la población afrodescendiente».
«Mi profesor me dijo que yo podía ser una ‘chica bomba»
Aunque Yasmin responde a las preguntas de eldiario.es un poco apurada, minutos antes de empezar su turno de trabajo, no duda ni un segundo en decidir el episodio racista que más le ha marcado. También en clase delante de sus compañeros y el comentario también procedía de la boca de un profesor.
Era el 11 de marzo de 2004, la mañana del mayor atentado terrorista en España. «Mi profesor dijo en clase que yo podía ser una ‘chica bomba’, que los musulmanes eran unos terroristas, que me tenía que dar vergüenza», recuerda la joven española de ascendencia marroquí. «Yo me sentí fatal. No entendía nada. Solo sabía que habían muerto muchísimas personas. No sabía si era verdad que eso lo hacían los musulmanes. Mis compañeros me empezaron a llamar ‘chica bomba’, terrorista», dice.
«Entonces, empecé a sacar malas notas. Y me decían que eso era por ser ‘mora’ y que por eso suspendía, porque como somos tontos de nacimiento…» , añade con ironía. Hasta llegar al instituto, y tras ese episodio, «no tenía amigos».
Yasmin, que ahora denuncia desde SOS Racismo la discriminación y estereotipos que pesan sobre la población musulmana, duda antes de recordar el último momento en el que se sintió diferente, pero pronto aparece en su cabeza:
El otro día fui a recoger la tarjeta sanitaria y, en lugar de mi segundo apellido, me pusieron una ‘x’. Cuando pregunté, me respondió que en el NIE solo venía el primer apellido. Le dije que yo tengo DNI. Entonces, dijo: «Vosotros no tenéis segundo apellido». ¿Nosotros? ¿Quiénes? Había llevado la fotocopia del DNI donde aparecen mis dos apellidos e insistía en que no tenía segundo apellido».
«Coger un taxi a casa porque te siguen neonazis»
Los comentarios con tintes racistas forman parte de la cotidianidad de Elías. Su arma para denunciar el racismo diario es Twitter. Desde allí, relata experiencias, discute reacciones a determinadas noticias, difunde los comentarios de otros compañeros racializados con los que se siente identificado. Con los que ha aprendido a detectar y reaccionar a las discriminaciones diarias.
No se centra en un solo día, encadena un momento con otro, porque esto ocurre «constantemente». «Ir caminando por una plaza de Valencia, donde se reúnen bastante nazis, y que te llamen macaco, que te agredan. Salir de fiesta y volverte en taxi porque te están siguiendo varios neonazis. Que cada vez que voy al pueblo de mi madre, la gente comente que mi madre tuvo un hijo con una persona negra y por eso se tuvo que ir de allí», relata el joven de 21 años.
Si tiene que centrarse en una situación específica, repite la escena de la mayoría de entrevistados. Un colegio, un profesor, las risas y bromas posteriores de sus compañeros.
Tuve un profesor que me pregunto que de dónde era mi familia. Cuando le dije que era de Guinea Ecuatorial, me respondió: ¿Tu familia es caníbal? Que un profesor diga delante de toda la clase eso, que le digas que no, que empiece a contar historias sobre un supuesto caso de los años 90 en el que una mujer que denunció a su marido porque no compartía a su hija con ella cuando se la comía…
«Ah, pero ¿eres gitana y abogada?»
Cuando habla de discriminación, Sara Jiménez piensa en su hermano y en todo el tiempo que pasó con su familia tratando de alquilar una casa. «Veía que buscaban una vivienda y, de una manera sucesiva, se le negaba», describe. «¿Cómo puede ser?, me preguntaba. Si tienes el dinero, ¿por qué tanto inmobiliarias como particulares les rechazan? Dicen que sí en un principio, pero ven sus apellidos y responden de forma negativa. ¿Nos apartan de todo por ser gitanos?».
La indignación y sorpresa que sintió en aquel momento la empujó a tomar la decisión de estudiar Derecho. «Como mujer y gitana, he continuado trabajando en esto por la importancia de defender el derecho a la Igualdad», afirma Jiménez, quien en la actualidad trabaja como directora de Igualdad de la Fundación Secretariado Gitano.
Destaca la tan escuchada frase que casi parece normalizar mientras se niega a hacerlo: «¿Ah, ¿pero eres gitana y abogada? No puede ser». Según reflexiona, «cuando eres tan discriminado en tu día a día parece que es lo normal. Llega un momento que asimilas ser rechazado. Eso es muy grave». Por eso, añade, «para poder defendernos, tenemos que repetirnos que ese comportamiento no es legal: es un ataque hacia nuestra dignidad. Y, luego, es necesario aprender herramientas para reaccionar ante ella», concluye la letrada.