Para millones de ciudadanos europeos y de otros países occidentales vivimos tiempos de gran pesimismo y turbulencias, dominados por el malestar social, la incertidumbre por el futuro y el auge de los populismos. En este panorama tan incierto y poco estimulante que domina los medios de comunicación, a menudo se olvidan acontecimientos importantes y positivos que ocurren más allá de nuestras fronteras. Hay uno en particular que merece la pena destacar, lo que el periodista del NYT Nicholas Kristof calificó en 2016 como «La mejor noticia desconocida»: en los últimos 30 años el porcentaje de personas en el mundo que viven en pobreza extrema se ha reducido en más de la mitad. No solo eso, el planeta tiene hoy al alcance y por primera vez en su historia, la eliminación de la pobreza extrema, definida como un nivel de ingresos inferior a 1,9 dólares diarios. El objetivo es erradicarla en 2030, la meta fijada por Naciones Unidas como parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), que sustituyeron a los Objetivos de Desarrollo del Milenio, y han sido suscritos por prácticamente todos gobiernos del mundo.
¿Es factible lograr el objetivo en la fecha señalada?, ¿de qué depende?. El último Informe sobre Pobreza y Prosperidad Compartida, publicado en octubre de 2016 por el Banco Mundial, muestra que el número de personas en el mundo viviendo en extrema pobreza ha disminuido en 1.100 millones en las últimas dos décadas y media, período en el que la población mundial creció casi 2.000 millones (ver gráfico). Esta disminución se ha producido en todas las regiones en desarrollo con excepción de África subsahariana, donde a pesar de la reducción del porcentaje de pobres extremos, el número absoluto ha subido debido al fuerte crecimiento poblacional y se ha estancado en el último lustro.
A nivel global, los números dejan poco espacio para la duda: la pobreza extrema ha descendido dramáticamente y de forma efectiva de los 1.900 millones de 1990 a menos de 800 en 2013, una reducción de casi 50 millones de pobres menos por año, equivalente a la población de Colombia o Corea del Sur.
Además, la reducción de la pobreza se mantuvo incluso en medio de enormes crisis internacionales, entre ellas la llamada Gran Recesión que comenzó en 2007. La única excepción fue la crisis asiática de finales de los 90, que provocó un aumento de la pobreza por un corto periodo de tiempo, tanto en términos relativos como en números absolutos.
A la vista de lo anterior, las perspectivas parecen muy positivas y, sin embargo, conviene ser cautelosos respecto al futuro. En efecto, si se mantuviera la pauta actual la pobreza extrema se eliminaría en el mundo antes del objetivo fijado de 2030. Pero se trata de un ritmo que es difícilmente sostenible, pues está muy condicionado por las tasas de crecimiento extraordinarias experimentadas por China y otras grandes economías emergentes, que en unos años prácticamente habrán eliminado su pobreza extrema. De hecho, es muy posible que ya no queden pobres extremos en China gracias al trepidante progreso de las últimas décadas, mientras que en el caso de Indonesia las últimas cifras resultan en unos 25 millones de pobres, por lo que las reducciones futuras tendrán que venir de otros países. Por otro lado, India todavía alberga unos 215 millones de pobres extremos y su capacidad para reducir esa cifra será fundamental para llegar al 2030.
En este contexto, el gran desafío para lograr el objetivo en 2030 radica en los países más frágiles y en la reducción de la desigualdad. Los primeros se caracterizan por conflictos bélicos recurrentes, mala gobernabilidad, economías poco diversificadas, corrupción sistémica y gran vulnerabiblidad al cambio climático. Son los países que Paul Collier llamó el Bottom Billion, los que albergan a los mil millones más pobres. Las estimaciones del Banco Mundial muestran que no es realista pensar que el crecimiento económico por sí mismo podrá acabar con la pobreza extrema. Y es que la economía internacional continúa mostrando síntomas de raquitismo económico y los países más pobres se enfrentan a circunstancias muy difíciles, incluso después de demostrar una considerable resiliencia durante la crisis global de 2008-09.
Desde 2014, con el fin del ciclo de los altos precios de las materias primas, el crecimiento económico se ha ralentizado en todas las regiones en desarrollo y hay pocos motivos para esperar que esto cambie a corto plazo. Por tanto, la clave para lograr el objetivo de eliminar la pobreza en 2030 reside en una mejor distribución de los beneficios del crecimiento en los países donde esta subsista, es decir, en la puesta en marcha de políticas efectivas de desarrollo inclusivo.
De hecho, los últimos cálculos indican que solo se puede llegar al objetivo de eliminación de la pobreza extrema mundial en 2030 a condición de que la desigualdad disminuya de forma importante en aquellos países que albergan un gran número de pobres. Contrariamente a lo que muchos piensan, las dos últimas décadas han sido testigo de importantes reducciones de la desigualdad en países no industrializados. Mientras en los países industrializados la desigualdad ha tendido a subir, en los países en vías de desarrollo las medidas estándares de desigualdad muestran en general cambios progresivos de la distribución de ingreso (aunque esto puede ser compatible con una creciente polarización del ingreso en favor de las élites económicas). Los últimos datos alrededor del periodo 2008-13 señalan que en el 60% de los países para los que hay datos, y que representan más del 80% de la población mundial, el ingreso del 40% más pobre de la población creció por encima de la media.
La buena noticia es que hoy sabemos con bastante certeza lo que funciona y lo que no en este campo. Los avances en el conocimiento y la evidencia empírica sobre cómo reducir la pobreza extrema en el mundo han sido enormes. Así, más allá del tan discutido papel que la globalización ha jugado en esta evolución, positiva en promedio pero con importantes impactos negativos en ciertos grupos que resultan perdedores netos, la disminución de la pobreza global se ha apoyado en buena medida en el desarrollo y elaboración, desde principios de los 90, de encuestas de hogares. Estas han permitido un estrecho monitoreo y la aplicación de políticas bien enfocadas y dirigidas, al proveer información muy valiosa de la situación de bienestar material de las personas más allá de indicadores nacionales como el crecimiento del PIB.
Las causas de la reducción de la pobreza no son exactamente las mismas en cada región, pero sí que existe un amplio consenso en torno a tres políticas básicas que deben sustentar cualquier estrategia para lograr un crecimiento económico inclusivo:
- Inversión masiva en capital humano y en infraestructura de los países, con especial énfasis en los grupos más desfavorecidos, para que tanto las personas, como las economías sean más competitivas y diversificadas;
- Puesta en marcha de políticas efectivas de protección social de las poblaciones vulnerables, que impidan reversiones de los avances logrados. Se trata de establecer redes de protección y aseguramiento frente a todo tipo de riesgos, como la enfermedad, el desempleo, desastres naturales, o sequías. En Europa, este tipo de políticas está asociado a los Estados del Bienestar, mientras en otros países se han seguido estrategias mixtas con mayor participación del sector privado.
- Mayor progresividad de la tributación para ampliar el impacto redistributivo y financiar las dos políticas anteriores.
Es decir, diferentes países han avanzado en la prosperidad inclusiva por caminos diversos, con diferentes grados de liberalización económica, apertura comercial o presencia del Estado en la economía. Pero en todos los casos considerados exitosos de reducción sustancial de la pobreza, las tres políticas mencionadas arriba han jugado un papel central, y que se ha venido a llamar como «crecer, invertir y proteger».
Por último, merece la pena destacar que lograr la eliminación de la pobreza extrema no es ni de lejos tan caro como algunos pensarán. El coste real es probablemente imposible de estimar con precisión, pero un simple cálculo de los ingresos totales necesarios para cerrar la brecha de la pobreza extrema hasta proveer el umbral mínimo de 1,90 diarios para todo el mundo, resulta en una cifra sorprendemente baja: el 0,15% del PIB mundial o unos 150.000 millones de dólares al año. Se trata de una estimación bruta, que no tiene en cuenta los costes administrativos, ni las necesarias voluntades políticas, ni el desafío de mantener a millones de personas fuera de la pobreza en el futuro. Pero es una cifra que desmiente el gran mito de que terminar con la pobreza es una quimera imposible e inasumible de financiar por su altísimo coste.
Es más, esa cantidad representa aproximadamente la mitad de los ingresos tributarios que se estima que se evaden cada año en paraísos fiscales, o menos de la mitad del dinero perdido anualmente en juegos de azar en sólo diez países de todo el mundo.
En definitiva, acabar con la pobreza extrema es tan solo uno de los 17 ODS establecidos para avanzar hacia un desarrollo global sostenible y ni siquiera implica erradicar la pobreza, pero sin duda se trataría de un importantísimo hito para la humanidad, que está a nuestro alcance. Quedan tan solo 13 años para esa fecha. Sabemos cuáles son los desafíos que tenemos por delante y dónde, así como las políticas que se necesitan para lograrlo. Ojalá que la comunidad internacional esté a la altura del reto y nuestro país juegue el papel que le corresponde por su peso.
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*Manuel de la Rocha Vázquez, economista de la Fundación Alternativas y Director del Grupo de Estudios sobre los Desafíos de la Globalización de la Universidad Internacional de la Rioja (UNIR).
*Mario Negre es economista senior del Instituto Alemán de Desarrollo y Consultor del Grupo de Investigación del Banco Mundial. Co-director del Informe del Banco Mundial « Poverty and Shared Prosperity 2016: Taking on Inequality«.