Quizá será mejor que nunca sepamos la verdad del contenido y el tono de la conversación que el presidente Mariano Rajoy tuvo el otro día con el presidente Donald Trump. Así nos ahorraremos duplicar el bochorno ya sufrido por el sincero entreguismo del líder del PP a las políticas del nuevo señor del universo. Por la «franqueza» con la que abordaron los asuntos. Por el ridículo ofrecimiento de interlocución. Por, en fin, no haber sido ni tan siquiera capaz de aprovechar el tiempo previsto de la conversación. Al entregado Rajoy –señor, sí señor– le sobraron cinco minutos y colgó tan contento.
Pero lo más llamativo de la breve charleta fue sin duda la generosa disposición de don Mariano a prestar sus dotes de diálogo para ayudar a resolver los problemillas que Donald pueda tener en América Latina o el norte de África. Bien conocidas son las mañas de nuestro presidente. Las utilizó nada más llegar a La Moncloa a bordo de su mayoría absoluta poniendo patas arriba el pacto sobre la televisión pública, intentando dinamitar la ley del aborto y aprobando la ley mordaza para reducir hasta el silencio a los discrepantes. Todo eso sellado con el fructífero diálogo establecido por Rajoy con Cataluña desde sus años de vicepresidente con Aznar y que tan buenos resultados estamos disfrutando ahora.
Y es que vivimos en un país de pactos, interlocutores y diálogos constructivos. Por eso nos podemos ofrecer al mundo como ejemplo. Tenemos una legión de figuras de la tolerancia para exportar. Desde los barones del PSOE, que no son capaces de decirse las verdades cara a cara, pero no paran de darse patadas y ponerse la zancadilla por debajo de la mesa, hasta los líderes de Podemos, que han saltado de los días amor y besos a un intercambio chusco de reproches y descalificaciones públicas.
Aparentemente hemos abandonado el bipartidismo, pero en la práctica seguimos sometidos a los mismos pactos de siempre, lo estamos viendo estos días con las maniobras para renovar el Tribunal Constitucional. Tras el 20D, fue precisamente la incapacidad para establecer un diálogo abierto, sin condiciones previas, sin trampas y al servicio de sus votantes lo que impidió que la situación cambiase y que al final tuviesen que repetirse las elecciones. Pero imagino que es imposible pedir a los líderes de los diferentes partidos que se pongan de acuerdo entre ellos cuando no son capaces de hacerlo con sus compañeros en su propia casa.
Por no hablar, en fin, del esperpento de Rajoy proclamando su ascendencia sobre América Latina. Basta de paternalismo. Ni él, ni España como país, están precisamente en un momento dulce en esa relación. No hay más que recordar el oscuro papel que nuestro país ha jugado en Colombia, con la firma de la paz con las Farc, o en Cuba, con el deshielo de su relación con EEUU. O las maniobras de Aznar en Venezuela. O el «por qué no te callas» del rey Juan Carlos a Hugo Chávez. O, y esto es de ahora mismo, el silencio cómplice ante las agresiones del nuevo presidente estadounidense a México, un país que siempre se distinguió por ayudar a españoles de toda condición cuando estaban en dificultades.