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viernes, noviembre 15, 2024

La vida sin WhatsApp: «Quieren reconectarse con el mundo»

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11.000 millones de teléfonos móviles no podrían estar equivocados. ¿O sí? Esas son las cifras que la consultora británica Connected maneja para este año, casi el doble de dispositivos que hace 10 años. En todo este tiempo hemos descubierto una nueva adicción (la nomofobia, el miedo a salir de casa sin el móvil) y a millones de personas pendientes, permanentemente, de lo que ocurre en su otro mundo: el virtual.

Enric Puig es doctor en Filosofía por la UAB y por la École Normale Superior de Paris. También es profesor de la UOC y el autor del libro  La gran adicción (Arpa Editores). Podría haberlo llamado «Ocho historias heroicas de nativos digitales», pero prefirió llevar al subtítulo ese enunciado, aunque algo más desarrollado.

Son varios relatos sobre desconectados. Ocho crónicas que demuestran que es posible vivir en un mundo sin Internet, sin WhatsApp, sin Facebook. Hay algunos que lo han logrado totalmente; otros, han conseguido limitar su acceso el máximo posible. Pero sobre todos subyace esa idea que, precisamente, es el primer paso que da pie a una adicción: el «Yo controlo». Los testimonios del libro controlan porque ya han sido adictos, ya saben lo que es beber de Internet, pasarse las horas en las redes sociales, jugando a videojuegos el día entero o intentando anunciar su negocio día y noche en la Red.

Da la impresión de que Philippe, Cristina, Katya o Jon sean personajes casi de ciencia ficción, aunque aquí está su libro para demostrar que existen. ¿Ha sido difícil encontrarlos?

Es gente que no se podía encontrar en Google. La búsqueda ha sido un proceso muy humano a través de contactos que me han puesto en contacto con más contactos, y de muchos cafés, muchas conversaciones. Sí hay bastante más gente de la que yo creía. En el momento de la redacción del libro, yo fui el primer sorprendido: siempre pensé que haría un libro de semidesconectados, que no me encontraría jamás a tanta gente que consigue cortar por lo sano.

Me estoy encontrando a muchísimas personas que sí que han optado por una especie de desintoxicación o de equilibrio digital. Y los casos que más me sorprenden son de adolescentes sobre los 18 años. Internet ya no tiene el carácter subversivo que tenía hace cinco años.

"El escenario actual tanto a nivel tecnológico como sociopolítico nos implica repensar las micropolíticas"
La gran adicción – Arpa Editores

¿Estas personas demonizan Internet?

Realmente no hay una valoración negativa, es decir, no hay tanto una idea de desconexión, sino más bien de «voy a reconectarme con el mundo». Tienen la sensación de que la mediatización a través de las redes nos ha llevado a una pérdida de inmediatez en la comunicación; y es gente que tiene, de alguna forma, ganas de recuperar las conversaciones cara a cara de toda la vida. Es esa idea de la reconexión, más que nada. No lo veo nunca como un aspecto negativo.

Quizá lo negativo sea estar permanentemente conectados. ¿Qué alternativas tiene una persona que quiera, por ejemplo, dejar de aparecer en Google?

Para empezar, hay que saber muy bien cuáles son las «exigencias» de Google, de cuáles no te puedes escapar y cuáles son opcionales pero a pesar de ser opcionales están puestas por defecto.

Si alguien está preocupado por su privacidad, lo que puede hacer es entrar en todas las opciones posibles de Google, Facebook, Twitter, etcétera y revisar, una por una, las opciones que tiene marcadas por defecto. Porque hay muchas cosas con las que podemos adquirir más privacidad, pero como están activadas por defecto y no perdemos el tiempo investigándolas…

A nivel de navegación, de búsqueda, hay alternativas. No uso Google. Uso DuckDuckGo, que funciona muy bien y es un buscador que no rastrea. En el móvil, deberíamos desactivar el localizador, porque si entramos en TrackGoogle la verdad es que da un poquito de miedo. Puedes ver todo tu recorrido de los últimos seis años, día a día, simplemente por llevar el móvil encima. No por utilizar Maps ni nada de eso. Puedes buscar el recorrido que hiciste un día al azar y ahí está. Muchas de estas herramientas las venden como «le estamos ofreciendo un servicio al usuario», pero la verdad, no sé hasta qué punto es útil que podamos saber la ruta que hicimos el 4 de enero de 2015, por ejemplo.

Es esa cada vez más manida frase de «cuando no pagas por el producto, el producto eres tú».

Exactamente. Lo preocupante es que muchas veces, empresas como Google se ocultan tras las buenas intenciones. Las cabezas visibles son gente que parece plagada de buenas intenciones, de intenciones sociales. El problema, sobre todo con el tema de los datos, está en la monopolización de los mismos, que es lo que están operando Google y Facebook.

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¿Apps gratis a cambio de tu privacidad?

Ambas empresas han estado en el punto de mira de la Unión Europea. En el caso de la primera, tiene multitud de pliegos con cargos que van desde abuso de posición dominante hasta acusaciones de monopolio. En el caso del segundo, la polémica más reciente giró en torno al intercambio de datos de clientes entre  WhatsApp y la red social. Y eso sin hablar de  Max Schrems, que en 2015 consiguió anular el acuerdo de transferencia de datos entre la UE y EEUU.

Al final, que controlen, que amasen tantos datos es un poco preocupante por una cláusula contractual que dice que, en el caso de que esa empresa, por lo que fuera, sea vendida o quiebre, está en su derecho de vender toda la información que tiene. Entonces el problema es: ¿hasta qué punto se están amasando muchos datos? ¿Hasta qué punto se pueden cruzar entre ellos? ¿A manos de quién puede llegar a caer eso? Muchas veces la cuestión de la privacidad se plantea a un nivel muy teórico y la ciudadanía termina diciendo: «Bueno, es que yo no tengo ningún secreto que esconder y por lo tanto no debería preocuparme tanto». Pero es que claro, estamos ante las posibilidades de muchos futuribles posibles. Y no siempre tienen que estar plagados de buenas intenciones.

Es habitual ver en Internet esos anuncios de «comparte y ganarás este móvil» o «envía tu correo y entrarás en el sorteo de un viaje». ¿La gente no comprende que revelar sus datos en Internet vale lo mismo o más que revelar los datos de su DNI en público?

Tenemos que replantearnos la cuestión de la gratuidad en Internet, porque no es tal. Tenemos que tener en cuenta que el beneficio que las empresas obtienen y el precio que estamos pagando nosotros a nivel de pérdida de privacidad y de pérdida de muchísimas otras cosas no es banal. Por lo tanto quizá, en algunos casos, deberíamos querer que exista la opción de pagar un mínimo precio por algunos servicios a cambio de mantener nuestra privacidad.

El recientemente fallecido Zygmunt Bauman dijo que «todo es más fácil en la vida virtual, pero hemos perdido el arte de las relaciones sociales y la amistad». Hay un capítulo de la serie Black Mirror (T1E2) que también explora esta cuestión. Y otro en la última temporada. ¿Cambiamos en Internet nuestra felicidad, nuestras satisfacciones, por píxeles o por «me gustas» en una pantalla?

Lo más interesante de ese episodio [el T1E2] es que no lo considero nada futurista. Parece muy del estado presente porque en realidad lo que aparece es una especie de sustitución de los parámetros compensatorios del mundo real por unos parámetros estrictamente basados en la reciprocidad. El problema es que ya estamos viviendo eso. Estamos estableciendo un escenario en el cual la realidad, lo que entendíamos como realidad, está sustituido muchas veces por la realidad que nos generan las nuevas tecnologías. Y esas nuevas tecnologías, que es lo que muestra el capítulo, caen en una especie de bucle siempre.

Es por eso que una de las cosas que se dicen de las redes sociales sociales, y estoy muy de acuerdo, es que nunca acaban siendo completamente gratificantes; y por tanto, la relación entre deseo y placer nunca se acaba de satisfacer del todo. Es esa idea del deseo insatisfecho. En el episodio, la recompensa al final no deja de ser un engranaje más dentro del sistema y realmente no actúa como tal, porque no hay forma de salir de ahí.

Enric Puig en el CCCB
Enric Puig en el CCCB

Hablando sobre la huella digital, concepto que aparece al final del libro, Internet nos obliga a cuidar nuestro lenguaje, nuestras formas o nuestras publicaciones. Quizá un día, por el mero hecho de encontrarnos en un país que no permita las fotos a plantas químicas, podríamos vernos envueltos en un problema con las autoridades. ¿Se puede evitar dejar esa huella en Internet?

[Suspira] Es complicado escapar de eso en el momento en el que estamos. Creo que, realmente, deberíamos llegar a un estado de madurez de uso de las nuevas tecnologías, y ese estado de madurez pasa por muchas cosas. Pasa por la optimización que hacemos de los dispositivos, por cómo logramos casar la realidad con la virtualidad y cómo (y este creo que es un punto importante) no nos dejamos engañar por dogmas que son completamente falsos y que nos han vendido en la era de Internet, como el multitasking y cosas de esas, que no existen.

Hay que preguntarse profundamente, hacer un análisis sobre cuáles son los límites que queremos establecer y cuál el punto para seguir salvaguardando la relación entre privacidad y publicidad. Tenemos que tener muy claro qué es privado y qué es público, y lo que es privado no lo tenemos que publicar, no tenemos que generar una huella digital. Durante mucho tiempo nos hemos olvidado de eso y se ha difuminado esa barrera entre público y privado, pero creo que estamos en un momento en el que si queremos tomarnos esa transformación en serio tenemos que empezar a pensarlo a nivel personal. Y para eso sí que no hay recetas. Cada uno tendrá ahí su vara de medir. Es un ejercicio que individualmente se tiene que hacer. Establecer los límites.

¿Qué papel jugarían las autoridades en ese proceso del que habla?

Las autoridades precisamente van en sentido inverso. A mí me da muchísimo miedo lo que están haciendo con los discursos sobre  smart cities y compañía. Porque en realidad están entendiendo como servicio público, en el sentido fuerte de las palabras «servicio público», algo que en realidad no lo es, que es una empresa privada y que se quiere lucrar con una serie de comportamientos. Da miedo cuando hablan de smart cities y dejan entrever que habrá un momento en el que tú necesitarás un smartphone para coger un transporte público. Para hacer uso de según qué servicios públicos necesitarás contacto a través de empresas privadas: desde el fabricante hasta el operador.

No creo que podamos pedirles mucho a las autoridades en este sentido. Creo que el escenario actual tanto a nivel de tecnologías como a un nivel más sociopolítico nos implica repensar las micropolíticas. Y repensar las colectividades y empezar a concederles una importancia que les habíamos quitado. Una de las repercusiones de que nos planteemos la cuestión digital está en que nos reapropiemos del espacio público a través de colectivos y a través de este establecimiento de micropolíticas. A nivel de autoridades, a nivel de macropolítica, no creo que haya ninguna solución ahí.

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