Denominar a Turquía como “tercer país seguro” ha sido el punto de partida con el que los líderes europeos han marcado un año de políticas migratorias erróneas. El acuerdo entre la Unión Europea y Turquía solo ha servido para hacer de Grecia una cárcel y del Mediterráneo un cementerio.
El pacto UE-Turquía pretendía inicialmente poner fin a las entradas irregulares desde Turquía a Grecia y, una vez logrado el bloqueo de esta ruta, continuar con los reasentamientos directos en masa en Turquía. Pero la realidad ha sido distinta. Mientras decenas de miles de personas han quedado atrapadas en el limbo griego, los retornos a Turquía y los reasentamientos directos hacia Europa, contemplados también en la respuesta europea a la crisis, arrojan cifras y resultados irrisorios: no suponen ni el 0,5% de las llegadas de 2015.
Esto ha empujado a las personas que huyen a buscar otras vías de acceso a Europa. Y así este 2016, con más de 5.000 muertes en el Mediterráneo, se ha convertido en el año más mortífero desde que se tienen datos… Esto se debe sobre todo a que la única vía permeable que queda en el Mediterráneo es precisamente la más peligrosa. Un trayecto de más de 800 millas de mar que separan la inestable y peligrosa Libia de las costas de Sicilia. Un trayecto con escasas probabilidades de éxito para las maltrechas y sobrecargadas pateras y gomones que intentan cruzar.
Los números hablan por sí solos constatando que Europa ha dejado de ser un modelo en la promoción de la protección de los refugiados para en su defecto pasar a impulsar políticas centradas en la externalización de fronteras o la lucha contra las mafias, sin entender que las mafias son tan solo la consecuencia de la falta de vías legales y seguras para acceder a la Europa de los derechos…
En Médicos Sin Fronteras, con tres barcos de búsqueda y rescate (Dignity I, Bourbon Argos y Aquarius, este último operado con SOS Mediterranée), hemos comprobado la crueldad del viaje en cada herida y hemos visto ahogadas las esperanzas de las personas en el fondo de botes, cada vez más precarios y con mayores niveles de hacinamiento. El mal tiempo o el deterioro de las barcazas que se lanzan al mar no han frenado a quienes huyen de conflictos o persecución. Violencia, secuestro, pobreza o abuso sexual parecen razones suficientes para lanzarse al Mediterráneo a jugarse la vida.
Y no parece que la situación vaya a cambiar. A diferencia de 2015, octubre fue el mes con mayor número de rescates, en noviembre se continuó sacando a gente del mar, a pesar de la crudeza del invierno y el fuerte oleaje, y diciembre cerró el año con más de 5.000 muertes. Y estas son solo aquellas de las que tenemos constancia. Que las cifras reales solo el fondo del mar las sabe.
Los equipos de MSF han sacado del agua en 2016 a más de 20.000 personas. Otras muchas se han hundido en el Mediterráneo junto con los valores de una Europa que ha pasado de ser testigo a cómplice en una crisis humanitaria que esta poniendo a prueba sus, hasta ahora parecía que, incuestionables principios.