- La justicia, la sociedad y el entorno más cercano otorga en muchas ocasiones una falta de credibilidad a los testimonios de las mujeres que han sido violadas
- La Asociación de Mujeres de Guatemala, que ha lanzado la campaña #YoTeCreo, insiste en que las dudas se intensifican cuando el agresor es un conocido
- La duda «nos mantiene a salvo», afirma el abogado Andrés Piera, porque el testimonio de una víctima «nos obliga a cuestionarnos y eso a nadie le gusta»
«¿Por qué no tuvo más cuidado? ¿Por qué no gritó más fuerte? ¿Por qué no lo dijo antes? ¿Por qué confiaba tanto en él/ellos? ¿Finge porque ahora se arrepiente de haber incitado? ¿Denuncia por venganza? ¿Qué trata de conseguir? ¿Si ya le había ocurrido por qué volvió?». Ana dice que creyó en la justicia, pero que se equivocó porque lo que no hizo el sistema fue creer en ella.
«Me violaron, denuncié y sentí que la juzgada era yo», asegura años después de haber sido objeto de agresiones sexuales continuadas por parte de un conocido. Lo que no quisieron escuchar lo ha plasmado a través de sus dibujos y le anuncia a otras mujeres: «Yo te creo».
Así se llama la campaña que protagoniza su relato, puesta en marcha por la Asociación de Mujeres de Guatemala (AMG), que denuncia la falta de credibilidad que la sociedad, la justicia, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado o los entornos cercanos otorgan en muchas ocasiones a la palabra de mujeres que han sido violadas. Según datos del Ministerio del Interior, 9.040 violaciones han sido denunciadas de 2009 a 2015.
«Es algo global: la credibilidad de los testimonios de las víctimas es puesta en duda casi de manera instantánea», asegura la abogada y presidenta del colectivo, Mercedes Hernández. En Stop Violencia Sexual ( Federación de Asociaciones de Asistencia a Víctimas de Violencia Sexual y de Género) están acostumbradas a atender a mujeres que se han sentido cuestionadas a través de comentarios y conductas.
Algo que produce en ellas victimización secundaria: las mujeres han sido víctimas por haber sido agredidas, pero a veces vuelven a serlo al querer buscar justicia y hacer pública su denuncia. Un proceso que en #YoTeCreo definen como un laberinto. «Muchas víctimas como Ana han referido sentirse perdidas en los pasillos de una justicia que, si llega, es después de un largo camino lleno de puertas que se cierran, de pasillos que no van a ninguna parte», ilustra Hernández.
La duda se intensifica si el agresor es conocido
«¿Cerró bien las piernas?» es lo que una jueza de Vitoria preguntó a una mujer que había denunciado abusos sexuales mostrando «una clara y manifiesta predisposición de incredulidad hacia el testimonio de la denunciante», aseguró la asociación Clara Campoamor. El colectivo ha recurrido recientemente el archivo del expediente sancionador a la magistrada que ha resuelto el Consejo General del Poder Judicial.
«Socialmente la palabra de la mujer vale menos», apunta Beatriz Bonete, presidenta de Stop Violencia Sexual. «Según el protocolo lo primero que tiene que hacer una víctima es denunciar y acudir al médico para recoger pruebas. Es decir, la mujer debe anteponer el probar lo que ha ocurrido a recuperarse emocional y físicamente», prosigue.
«La violencia sexual es el único delito en el que la primera sospechosa es siempre la víctima», resume Hernández. Un cuestionamiento que como primera consecuencia provoca incredulidad y culpabilización de la propia mujer hacia sí misma: «¿Por qué dejé que me acompañara?», «tendría que haber sido más contundente», «¿y si es todo producto de una exageración?».
Preguntas como estas son las que se hacía Ana constantemente, que llevan a «una pérdida de confianza» e incluso pueden afectar a la percepción de los hechos como violencia de ella misma, señala Bonete. Las expertas insisten en que la duda en su relato es mucho más arraigada cuando el agresor es un hombre conocido: su pareja o expareja, alguien al que han conocido en una fiesta, un miembro de su familia…
De hecho, este tipo de violaciones son las más comunes –Stop Violencia Sexual ha contabilizado que solo el 15% de las agresiones que atienden son violaciones por asalto, es decir, perpetradas por hombres desconocidos en la calle y de noche–. Que la realidad se aleje del estereotipo dominante de violación –y de agresor– intensifica la duda hacia el relato de la mujer.
Esto ocurre porque «a un entorno cercano a la víctima que piensa que los violadores son monstruos le va a sorprender que un conocido sea un agresor», puntualiza Bonete. El llamado «guión del miedo» hace hincapié en la alerta social presente sobre los peligros de ser asaltadas sexualmente por desconocidos, pero al mismo tiempo «invisibiliza la violencia sexual perpetrada por conocidos», dice Hernández.
El cuestionamiento que mantiene a salvo
La creencia mayoritaria de qué es una violación choca con el relato de agresiones perpetradas por hombres a los que conocía la víctima o con los que había iniciado un tipo de contacto. «Esa creencia tiene una función autoprotectora: permite que la mayoría de hombres no se conciban como potenciales agresores y la mayoría de víctimas como potenciales víctimas ya que no se corresponden con el estereotipo», ejemplifica el abogado Andrés Piera.
Cuando esa creencia se derrumba ante el testimonio de una víctima, prosigue Piera, «nos obliga a cuestionarnos a nosotros mismos y a nadie le gusta examinarse. Empiezan los cuestionamientos, las acusaciones de mentir, las culpabilizaciones a la víctima o la descarga de culpa al agresor…Eso nos mantiene a salvo», puntualiza.
Es lo que desde #YoTeCreo definen como «circuito biyectivo de la credibilidad»: aquello que creemos refuerza nuestra manera de ver el mundo y viceversa. «Creemos aquello que encaja con nuestra manera de ver el mundo y aquello que creemos refuerza nuestra manera de ver el mundo», explica la presidenta de la Asociación de Mujeres de Guatemala.
Todo este proceso de duda dificulta que la víctima pueda reconocerse como tal y que se recupere integralmente. «Hace más difícil que se persiga el delito y es posible que muchas mujeres se nieguen a denunciar por miedo precisamente a no ser creídas», concluye Piera.