Cuando Matteo Renzi llegó a la residencia del primer ministro italiano en el Palazzo Chigi hace 34 meses, tras haber superado a la vieja guardia de su partido, estaba considerado por muchos como la mejor esperanza para Italia.
El exalcalde de Florencia era un reformista iconoclasta con grandes planes para cambiar la moribunda economía de Italia y, si jugaba bien sus cartas, dominar una mayoría de centroizquierda lo bastante fuerte como para aplastar al creciente Movimiento 5 Estrellas (M5S) y su airada retórica contra el establishment, y enterrar a los conservadores que aún no se habían recuperado de la desaparición política de Silvio Berlusconi.
Pero en algún momento del camino, aunque Italia ha disfrutado de una ligera mejora de la economía y reconstruido su reputación internacional tras años de daños causados por Berlusconi, Renzi parece haber perdido la confianza de la mayoría de los votantes italianos.
«En Europa cae bien, ahora un poco menos, y también a la élite italiana. Es un símbolo de la rica Toscana, de la buena vida, de comer bien», dice Marta, una mujer de clase media de Pontassieve, la ciudad de la Toscana donde vive Renzi.
Renzi afronta este domingo un referéndum sobre la reforma constitucional que es probable que acabe con su derrota y dimisión. Es una prueba que probablemente habría ganado con facilidad hace 18 meses.
Después de atravesar la península italiana durante semanas para conseguir el apoyo al sí, Renzi acabó su campaña en Florencia el viernes, donde comenzó su carrera política. El día comenzó para él con buenas noticias, después de que se supiera que un 40% de los votantes italianos registrados en el extranjero habían depositado su voto, un grupo de gente del que se cree que apoyará al primer ministro.
Renzi también hizo un intento por ganar votos en el sur de Italia con paradas en Reggio Calabria y Palermo, donde el bando del sí espera convencer a los indecisos.
Renzi es conocido por elogiar con profusión la cultura de su Toscana nativa, pero sus habitantes apenas lo consideran un héroe. Algunos de ellos contaron a the Guardian que no tienen confianza en un hombre al que ven como un «directivo de agencia de publicidad», en vez de como a un sólido estadista.
Junto a Marta está su amiga Cecilia –ninguna quiere dar sus apellidos– que recuerda su decepción cuando Renzi no hizo más por recortar los privilegios de políticos y altos cargos. Aunque restringió el uso de coches azules, los vehículos con chófer reservados a los políticos, Cecilia critica su decisión de aprobar el alquiler con opción de compra de un avión presidencial por un coste de un millón de euros al mes.
«¿Confiar en él? ¿En la izquierda, en la derecha? No, para nada», dice.
El primer ministro aún podría obtener una victoria sorpresa este domingo. Las últimas encuestas antes de su interrupción por ley lo dejaban con una desventaja de cinco puntos, pero uno de cada cuatro italianos estaba aún indeciso sobre si apoyar los profundos cambios del sistema parlamentario italiano que Renzi considera que harían más estable el país y lo colocarían en mejor posición para adoptar reformas.
Durante la campaña, Renzi parecía estar deseando el desafío, pero está claro que estaba un tanto exasperado por los ataques del M5S contra él. En un mitin en Pisa, un Renzi jovial y bromista mostró una presentación en PowerPoint con argumentos en favor de la reforma constitucional.
De repente, apareció en la pantalla un gran mapa de Suramérica. En septiembre, Luigi Di Maio, diputado del M5S, declaró que un voto en el referéndum era como votar «por Pinochet en Venezuela».
Después de burlarse del error de Di Maio –Pinochet fue un dictador chileno, y Renzi se tomó su tiempo para señalar dónde está situado cada país en el mapa–, apareció una fotografía de Renzi en una visita a Santiago, capital de Chile. Estaba en un museo frente a centenares de fotos de presos políticos que habían sido torturados y asesinados por el sangriento régimen de Pinochet.
«Esa gente murió. Fueron torturados. Tengan un poco de respeto por nuestro país», dijo Renzi antes de cambiar de tema.
Si pierde el referéndum y dimite –a pesar de la petición que le hizo Obama durante su reciente visita a Washington de que se mantuviera al frente con independencia del resultado–, la caída de Renzi se deberá a factores tanto dentro como fuera de su control.
Aunque aprobó algunos cambios importantes, incluida una polémica reforma laboral, la legalización de uniones civiles para personas del mismo sexo y cambios en el sistema electoral, Renzi también se vio perjudicado por algunas polémicas y escándalos evitables, incluida la mala gestión por su Gobierno de cuatro rescates bancarios a finales del año pasado que parecieron beneficiar al padre de su asesora más cercana, Maria Elena Boschi.
No había pruebas de juego sucio, pero eso hizo que Renzi apareciera retratado como el típico político italiano.
Pero la rápida caída de Renzi –incluso si gana el domingo, será por una diferencia mínima– ha supuesto todo un misterio incluso para los observadores más veteranos de la política italiana como Giovanni Orsina, profesor de ciencia política en la Universidad Guido Carli, en Roma.
Orsina culpa en gran parte a los ciudadanos italianos y a lo que llama la creciente impaciencia de la gente con el sistema político y la disposición de acusar de todo a la clase política, incluso aunque no haya alternativas claras.
Esa impaciencia ha favorecido a populistas como los del M5S y Renzi no ha sido capaz de entenderla.
«La velocidad con que Renzi pasó de ser el joven y enérgico reformista a convertirse en el símbolo del establishment es un increíble símbolo de estos tiempos», dice Orsina. «La política se ha convertido en el chivo expiatorio de todo lo que no funciona, y todo eso ha ocurrido en menos de un año».